¿Nosotros lo creamos? ¿Somos malignos por naturaleza? Son interrogantes que la humanidad ha elucubrado desde antaño, filósofos y grandes pensadores han quemado neuronas deseando llegar a la respuesta definitiva. Como seres imperfectos, defectuosos ¿es inevitable ser artífices del mal?
No faltan infinidad de soberbios alegando ingenuamente que si Dios existiera el mal no estaría en el mundo, otros alegan que el mal es inevitable y a veces necesario para erradicar a malévolas personas cuya existencia es perjudicial para quienes les rodean. Argumentos inválidos y totalmente desatinados, como seres humanos tenemos libre albedrío de elegir el bien o el mal, no nacimos malvados, nunca debemos justificar acciones dañinas fundamentándolas en nuestra esencia imperfecta.
Debemos refutar toda absurda exculpación, es intolerable esa frase “tenemos derecho a equivocarnos y que cada quien cometa sus propios errores” son pensamientos mediocres, conformistas y carentes de un perfeccionamiento personal, el cual nos facilitaría bogar amplios océanos del bien y reducirían el riesgo de ahogarnos en riachuelos del mal.
Quien no castiga lo maligno tácitamente está validando su ejecución, la permisividad nos convierte en cómplices del mal, ya lo decía Platón “El bien da sentido al orden del alma, a la justicia y a las virtudes humanas, así como a todo lo existente”. Claramente estas sabias frases nos enseñan cómo conocer el bien y al aplicarlo a nuestra existencia se convierte en una brújula correcta de vida.
Esto del mal es complejo, no dimensionamos la cantidad de mal que podemos llegar a hacer. Ejemplo de ello son los imnumerables problemas sociales con los que vivimos en el presente, delincuencia, dictadores, ideologías de tiranías modernas, políticos corruptos… y peor aún, el engaño del lenguaje para validar perjudiciales prácticas ha contribuido a que mayor mal se propague por el mundo. Interrupción del embarazo, aborto terapéutico… Eutanasia, muerte dulce, son palabras engañosas y disfrazadas, todas tienen un verdadero significado: asesinato y muerte… es una interminable lista de maldad propagada y legalizada en muchos rincones del mundo, porque se desvirtuó por completo lo que era bueno y lo que era malo. El ser humano ya no se esmera en buscar una verdad filosófica sobre qué es el bien.
Vivimos en un presente insólito en el que se premia la equivocación, se aplaude el error, se abusa en demasía de la palabra progresista, sin entender propiamente su significado, se le llama progreso a ideologías que buscan aprisionar nuestra libertad y propagar sus disparates, se le dice progreso a la destrucción de la verdadera familia, pensamos que es un progreso legalizar prácticas abortistas, ingenuamente creemos que es un progreso equiparar la dignidad de un ser humano a la de un animal… ¡erróneamente le decimos progreso a validar el exterminio de nuestra propia raza!
La dignidad humana está desapareciendo como tal, nos consideramos harapos, simples andrajos sin sentido de nuestra existencia. Con esto germinan diversidades de fenómenos dignos de estudio clínico, poliamor, pansexualismo, géneros no binarios y una infinidad de desvaríos que están aniquilando los valores y virtudes de antaño, que nos convertían en seres pensantes gobernadores de nuestros instintos.
Al cristianismo se le acusa de anticuado y obsoleto, que es una locura vivir bajo normas impuestas por un ser superior que nadie nunca ha visto…se aboga por un Estado laico, dirigido por los más excelsos e intelectuales personajes, hombres y mujeres “progresistas” que nos conducirán a la cúspide sublime del bien común. Curiosamente ese bienestar universal plasmado inicialmente en papiros y que se busca desdeñar, ese cristianismo al estudiarlo, dejando a un lado lo sobrenatural, racionalmente nos imparte una cátedra, sobre cómo erradicar el mal.
*Colaborador de El Diario de Hoy.
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