Ventajas psicológicas de la ortodoxia

La más importante ventaja psicológica de la ortodoxia: ahorra energía psíquica que, de otra manera, se tendría que invertir en cosas pequeñas.

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Foto de referencia. EDH/Archivo

Por Jorge Alejandro Castrillo*

2017-03-10 10:04:00

La ortodoxia siempre ha existido, y, es de presumir, que seguirá existiendo en todos los ámbitos de una vida propiamente humana, es decir, aquellos que no son estrictamente biológicos o instintivos. Para los fines de este artículo, convengamos que la ortodoxia consiste en el seguimiento al “pie de la letra” de lo propuesto en una teoría o en la formulación original de un sistema filosófico, científico, político o religioso. No son ortodoxos, por ejemplo, los salmones que, llegado el momento, abandonan el océano donde han alcanzado su madurez y emprenden “la carrera río arriba” para desovar en la grava y perpetuar la especie. Y no los llamamos ortodoxos pese a que lo han venido haciendo de igual forma desde tiempos inmemoriales. Algunos de ellos llegan, incluso, a desovar al exacto mismo sitio en donde nacieron. ¿Se imaginan? Pasar años enteros creciendo y madurando en un inmenso océano salado para, en un momento dado, sentir un intenso llamado que los hace dejar todo y regresar, sorteando dificultades y peligros, a aquel río de agua dulce donde nacieron, solo para cumplir el rito de continuación de la especie y morir. No es ni nostalgia ni convicción, es instinto.

Para calificar a alguien de ortodoxo, en oposición al heterodoxo, (quien suscribe la mayoría, pero no todos, los postulados o procedimientos de la teoría o sistema, y, en consecuencia, no sigue las reglas que manda “el manual” al pie de la letra) necesitamos algunos elementos básicos, me parece.

Que exista una teoría o planteamiento a la que adscribirse, es básico. Que exista una autoridad que determine la veracidad de la teoría y cuide la observancia de los planteamientos es, también, esencial. Esta es, justamente, la más importante ventaja psicológica de la ortodoxia: ahorra energía psíquica que, de otra manera, se tendría que invertir en cosas pequeñas. 

Ilustremos esto con el uso de un uniforme. Usted ya no tiene que pensar cómo va a vestir mañana, simplemente cuidará que su uniforme esté limpio y planchado. Si tiene dos distintos (de diario y de gala), lo único que evaluará es si la ocasión desaconseja uno y exige el otro. Si usted es “loca moda” o si su color favorito es el rosado y no el verde olivo, importa poco: usted viste el uniforme para su trabajo. Para sus actos particulares, vestirá como guste: de rosado viejo o fucsia, pero asumiendo las consecuencias de sus preferencias. Las personas que son “piquis” en su forma de vestir entenderán mejor esto que digo y apreciarán toda la energía que se ahorran durante la semana con el uniforme.
Igual durante el día de trabajo, el ahorro de energía es grande pues muchas decisiones son realizadas casi en automático: el manual dice esto, el ortodoxo lo hace sin detenerse a pensar si, para este caso particular, las cosas podrían hacerse de mejor forma, si deberían hacerse de otra manera o si es mejor no hacerlo. Imagine lo cansado que terminaría.

En términos de la teoría de la inteligencia piagetiana, diríamos que el principal peligro de la ortodoxia es que aplica unos determinados esquemas a la realidad y, sin ocuparse de si operan bien o no, asimila la realidad a esos esquemas, sin acomodarlos. Es como si a la ortodoxa le tomaran en julio las medidas para el uniforme del otro año. La buena mujer se descose comiendo en vacaciones de agosto y de fin de año y no hace ejercicio. Para cuando se los entregan en enero, meterse en la falda es toda una proeza y la blusa o el saco apenas logran dar forma a la masa que, con tensión, contienen. 

Algunos partidos políticos nacidos durante el pasado conflicto parecen haber caído en esta trampa y sus ortodoxias, de la edad que sean, siguen creyendo que los uniformes de antaño deben servir igual. Un colaborador enfundado en un uniforme apretado no trabaja a gusto; mejor les iría si, para mantener el uso del uniforme, los llevan a sastres y costureras para que los ajusten. 

    
*Psicólogo y colaborador de
El Diario de Hoy.