Nápoles es una de las urbes más embrujadoras del planeta, con una geografía dominada por el mar, el Vesubio, dos bahías que son tema de leyenda y amores, canciones y música únicas en su género y, como algunos insisten, una población que va desde gente noble y con casta, hasta pérfidos seres…
“Nápoles con olor a sal”, de calles ruidosas, de niños con picaresca, espléndidos castillos, museos que atesoran algunas de las más altas creaciones del arte, escarpadas calles.
Y una imponente fortaleza desde donde la soberana, Margarita, pedía la pizza a la que inmortalizó con su nombre.
La ciudad, fundada por los griegos hace dos mil y tantos años, una de las perlas de la Magna Grecia, mantiene su carácter cosmopolita, caleidoscópico, señorial, de laberínticos callejones con ropa tendida, de suculentas pizzerías, graciosas tradiciones y un santo, San Genaro, cuya sangre se licúa en ocasiones el día dedicado a su culto.
De los traumáticos años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, años de pobreza, desplazamientos humanos, desesperanza y vicio, queda un testimonio, La Piel, de Curzio Malaparte, libro que entonces se leía con los ojos desorbitados, pero que hoy en día ya no asusta a un mundo que ha visto de todo. Y en el trasfondo una mafia que el periodista Roberto Saviano infiltró, la conoció en sus entrañas, reveló muchísimo y ahora vive con nuevo nombre.
Se dice que por Nápoles pasa gran parte de la droga y el contrabando que luego infecta Europa, lo que coloca a esa ciudad como campo de experimentación para combatir el crimen. Y mucha de la delincuencia se esconde en el control de la basura.
“Después de ver la bella Napoli
nada va a sorprenderte…”
Nápoles cuenta con un relevante museo de escultura y tesoros artísticos del mundo clásico, de Grecia y de Roma, por ser la depositaria de lo que han ido encontrando en las excavaciones realizadas desde hace más de doscientos años en Pompeya.
Y realidad y leyenda de Pompeya viene cautivando al mundo, una ciudad que fue de provincia, que no mencionan los historiadores romanos y que, debido a su tragedia, quedó sepultada bajo una lluvia de ceniza incandescente vomitada por lo que era un monte dormido y que ahora, como Vesubio, se alza altivo y en casi permanente erupción, con fumarolas y trepidaciones y uno de los más espléndidos paisajes del mundo a sus pies, paisaje donde la naturaleza se conjuga con la obra humana realizada a lo largo de dos y medio milenios.
Nápoles es una vitrina donde se exhibe lo que es posible en el mundo actual, orden sobrepuesto a las modalidades contemporáneas de una simpática cuasi anarquía, en el cual las fuerzas vivas y la libertad para hacer, soñar y proyectarse al futuro prometen componer lo indebido, pero sin que se sacrifique la gracia y la vitalidad de lo napolitano. Es esa la clase de desafío que enfrentamos los salvadoreños, pero con la carga de la violencia y la estupidez que están destruyendo lo que se levantó durante décadas.
Una vieja frase napolitana resume el orgullo de sus gentes: “vedere Napoli e dopo morire”; después de visitar Nápoles y sus embrujadores parajes y, sobre todo, la Costa Amalfitana, nada más va a sorprenderte en cuanto a belleza, alegría de vivir, permanente hechizo y descubrimiento…