1984

La nefasta práctica de tergiversar y confundir los conceptos con ánimo de manipular, pervivió y es utilizada actualmente por políticos populistas y oportunistas que, sencillamente, inventan “su” verdad y engañan a los ciudadanos.

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Foto Por edhdep

Por Carlos Mayora Re*

2017-02-03 7:47:00

Cuando George Orwell escribió su famosa novela, hace sesenta y ocho años, faltaba bastante para que se llegara a 1984. Sin embargo, utilizando el recurso de escribir ubicando la acción en el futuro, criticaba su propia época: años terribles, de posguerra, en un mundo que todavía no había procesado completamente hasta dónde lo habían llevado los regímenes totalitarios: el nazi-fascista y el comunista. 

El libro se concentra, en particular, en el impacto de la vigilancia de un gobierno omnipresente y en el uso estatal de la propaganda para reforzar el dominio de un líder todopoderoso, conocido como el “Gran Hermano”.

La clave del argumento queda sintetizada en uno de los carteles que se exhiben en el Ministerio de la Verdad: “la guerra es la paz / la libertad es la esclavitud / la ignorancia es la fuerza”… Pareos que hacen una cínica y prepotente alteración del significado de los conceptos: la mentira como verdad, el bien como mal, lo noble como vil, para —deliberadamente— confundirlo todo. 

El Gran Hermano es ficción, pero fue realidad en los regímenes totalitarios de la posguerra, aunque luego se derrumbaran estrepitosamente por el peso de la mentira que celaban. Sin embargo, la nefasta práctica de tergiversar y confundir los conceptos con ánimo de manipular, pervivió y es utilizada actualmente por políticos populistas y oportunistas que, sencillamente, inventan “su” verdad y engañan a los ciudadanos.

Las consignas del Ministerio de la Verdad orwelliano se ajustaban perfectamente a los procedimientos de la propaganda nazi, o al lavado de cerebros del comunismo. Pero como el autor no quería solamente denunciar lo evidente, su novela es ahora más actual que nunca, porque predice cómo se aplicarían, gracias a la “neolengua” y los oportunistas, las mismas fórmulas de dominio y manipulación en otros sistemas políticos supuestamente más abiertos. 

De otro modo: el visionario novelista anunció hace ya muchos años las técnicas que, en su versión más refinada, nos han conducido a los tiempos actuales, estos que se han dado por llamar la época de la posverdad.

Solo así se entiende que se intente hablar con seriedad de “hechos alternativos”, como hizo Kellyane Conway en una entrevista de televisión recientemente para explicar que el vocero de la Casa Blanca no había mentido a los periodistas cuando dijo “sus” números de asistentes a la toma de posesión de Trump… O que Maduro le achaque al imperialismo, sin inmutarse, todos los males de Venezuela; y haya quienes piensen que existe independencia de poderes en países con instituciones estatales serviles al gobierno, como Nicaragua o Venezuela, solo porque sus gobernantes lo afirman. 

Aunque aquí tampoco cantamos mal las rancheras, como se dice por allí; pues en el país coexisten varias realidades: la que reflejan los medios de comunicación, la que anuncia el presidente en sus cadenas nacionales y festivales sabatinos, la de las cifras oficiales de desarrollo e indicadores económicos, etc.; además, claro está, de la realidad de cada uno, la de todos los días. Todas mezcladas en el blablá de los voceros, analistas y funcionarios.
 
¿Demagogia o mentiras? ¿Posverdad o hechos alternativos? ¿Realismo mágico o cinismo? Qué más da. A fin de cuentas queda claro que lo que importa no es la verdad, ni el bien común, ni la justicia, ni el derecho, sino el puro y duro poder. Si para hacerse con él —y mantenerlo— hay que hacerse de la cofradía de la neolengua, servidor de falacias y acomodaciones… Sea. 

Quizá por eso la novela de Orwell es en estos días el libro más vendido en Amazon. La gente echa mano de ella para tratar de comprender un poco mejor, lo que política y socialmente nos está pasando. 

*Columnista de El Diario de Hoy.
carlos@mayora.org