El último informe sobre El Salvador de la administración del Banco Mundial a su Junta de Directores tiene en la portada una fotografía de un chip de computadora manufacturado en los años setenta por la empresa Texas Instruments. El chip dice “Made in El Salvador”, Hecho en El Salvador. El objetivo de mostrar esta fotografía en la portada es mostrar lo que El Salvador era capaz de hacer hace casi cincuenta años, algo que muy pocos países en desarrollo podían hacer en esos años: tener una industria que no dependía de productos primarios sino de puro conocimiento y que, al contrario de lo que en esa época era común en el Tercer Mundo, añadía un alto valor agregado tanto en términos de los salarios de los obreros que trabajaban en la manufactura misma de los chips como de los de los ingenieros salvadoreños que los dirigían, entrenados en las técnicas más modernas de su tiempo.
Los representantes de la empresa manifestaron muy frecuentemente su satisfacción con la calidad del trabajo de profesionales y obreros, y planearon convertir a El Salvador en una de sus sucursales principales en países en desarrollo. Dentro de esos planes estaban el ayudar a las universidades para que pudieran elevar el nivel de las ingenierías electrónicas, de sistemas, y de producción para que el país pudiera absorber niveles mayores de producción y la instalación de otras empresas que proveían materiales para Texas Instruments o que usaban sus productos en sus propia producción.
El Salvador era en ese tiempo la envidia de muchos países en desarrollo. Desgraciadamente, movimientos que luego formarían el FMLN comenzó su campaña de secuestros, atentados y acciones para desestabilizar al país, y Texas Instruments fue una de las víctimas de ella. Resistió por un tiempo pero al final los costos que estas campañas del FMLN le causaban, en términos humanos y monetarios, superaron las ventajas que la alta calidad y el buen desempeño de los salvadoreños les daban. Decidieron irse, y se llevaron a varios ingenieros salvadoreños porque los consideraban excelentes.
La enorme magnitud de lo que El Salvador perdió puede medirse por lo que ganaron los países adonde Texas Instruments y sus asociadas se fueron. El mayor beneficiado fue Singapur, que en ese momento era un país que apenas comenzaba su vida independiente y cuya población tenía ingresos menores que los de El Salvador. La pobreza era enorme en ese país, el esfuerzo por mejorar la educación y la salud apenas estaban comenzando. Texas Instruments se movió a un país bastante más pobre que El Salvador, menos desarrollado.
Pero en vez de alejarlos, en vez de volverlos víctimas de atentados, Singapur acogió a Texas Instruments y a otras empresas asociadas que fueron muy importantes en el desarrollo del país. Estas empresas convirtieron a Singapur en un foco de desarrollo tecnológico, algo que El Salvador perfectamente podría haber hecho si no hubiera sido por las campañas de odio que levantó el FMLN. Ahora Singapur es uno de los países más ricos del mundo, basado en atraer empresas de alta tecnología como la Texas Instruments.
Es bien triste no solo que esto haya pasado sino también que se haya olvidado tan completamente, y que no se haya extraído ninguna lección de lo que fue una tragedia. Desde 1970 hasta ahora el FMLN ha inyectado odio y sembrado división, y en su afán de escalar el poder total ha logrado paralizar al país en una economía de bajo valor agregado, mientras Singapur y otros países han logrado desarrollarse en el mismo tiempo que ha pasado desde que el FMLN logró expulsar a Texas Instruments y las posibilidades de movernos a una industria de algo valor agregado. Aquí está el FMLN, ahora en el poder, alentando al pueblo salvadoreño a que se peleen por las migajas de lo que es ahora el país, cuando, sin sus inyecciones de odio, el país pudiera ser el Singapur de Latinoamérica.
Por supuesto, nunca lograremos cambiar al FMLN, que lo que quiere es el poder total, económico y político, para sus líderes. Pero sí podemos dejar de votar por ellos para que no sigan destruyendo a El Salvador.
*Máster en Economía, Northwestern University. Columnista de El Diario de Hoy.