La primera revolución, el psicoanálisis, volvió “interesante” el quehacer psicológico, lo dotó de cierta “magia”: descubría razones para la conducta de las personas que ni ellas mismas podrían aportar. La segunda revolución –la medición del CI– dotó de cientificidad y poder a la psicología. Con la tercera revolución –el conductismo o “behaviorism”– la Psicología logró ser eficiente: ya no solo era capaz de estudiar, entender y predecir la conducta, desde la llegada del conductismo declaraba abiertamente que su objetivo era controlarla.
Se entrenó a palomas para que tomaran fotos aéreas de zonas riesgosas (antecedente de los drones); a los delfines para que encontraran y desactivaran cargas submarinas (o a que las colocaran, tal vez); a los perros para que, en aeropuertos y otras instalaciones, encontraran droga escondida en maletas y humanos recovecos.
Skinner se consideraba a sí mismo un “ingeniero conductual” no un psicólogo. Tiró al trasto de la basura la libertad individual y algunos otros valores: “por la recompensa baila el mono” podría haber sido el lema del movimiento. Dedíquese usted a encontrar el reforzamiento adecuado para cada organismo (“lléguele al precio”, como dicen que dicen en la política) y podrá hacer que se comporte como usted quiera. Una única limitación: la “conducta blanco” debe encontrarse en el repertorio conductual del animal (puedo entrenar a la rata para que rasque, corra o roa a mi antojo, pero no para que vuele; volar no está en su repertorio conductual “de nación”).
Eso funcionará acaso con perros (Pavlov), monos (Kohler, déjenme incluirlo, por favor) o ratas y palomas (Skinner), pero nosotros no somos ni roedores ni cánidos ni aves torpes y romas, ¡somos seres superiores! Y gozamos del libre albedrío y de la educada voluntad que nos permite decidir y no solo obedecer, contendieron con pasión muchos (éste incluido) desde posturas más filosóficas que prácticas.
Lo que dio lugar a la frase ahora famosa de J.B. Watson (no el ayudante de Holmes) “Denme una docena de niños sanos y bien formados para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger —médico, abogado, artista, hombre de negocios y, sí, incluso mendigo o ladrón— con independencia de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones o raza de sus antepasados”.
¡A tomar por ahí, señores! ¡El ideal de todo régimen organizado que se precie de serlo: decidir el futuro de las personas a voluntad del Supremo! Y como resultó que, efectivamente, los psicólogos nos volvimos capaces de enseñar a las ratas a resolver complejos laberintos (la ratita de nuestro grupo en mis tiempos de la UCA, luego de recorrer su laberinto sin error, hasta encestaba una pelotita en el aro instalado para tal fin, antes de recibir su “reforzamiento”), capaces de aliviar miedos y fobias en niños y adultos, de programar el desarrollo de conductas deseadas y la eliminación de las indeseadas en estudiantes y pacientes (Análisis conductual), empezaron entonces a proliferar las aplicaciones de la corriente conductista para todo lo que quisiera ser eficaz: educación (programación por objetivos, textos de aprendizaje programado), entrenamiento de empleados y soldados, control de personal, manejo de consumidores, Planificación Estratégica, “you name it”.
¿Se acuerda usted de los Sellos Trébol? ¿Usa usted los “puntos” de su tarjeta de crédito? ¿Atiende los Black Fridays? ¿Jugó Pac Man, juega en videos, en casinos? ¿Por qué cree que las personas, unas más que otras, “son atrapadas” en esas actividades? Son aplicaciones de la corriente conductista: los reforzadores están sabiamente concebidos y administrados. Aunque el conductismo es uno de los “cucos” de fin de siglo (despotrican contra él muchos que, en verdad, nunca lo aplicaron) lo digo sin ambages: es de lo más efectivo que se ha producido en Psicología para influir en la conducta de los demás.
Burruhs F. Skinner llegó a escribir “Walden II” una utopía de cómo manejar la sociedad de acuerdo a los principios del conductismo. A ratos, creo que algunos dirigentes políticos lo han leído por encima, se lo han creído y tratan de aplicarlo torpemente. Pero eso no es culpa del conductismo sino del uso torpe y ciego.
*Psicólogo y colaborador de El Diario de Hoy.