Jornada mundial de los enfermos

La Iglesia no ignora el sufrimiento humano. Asiste a los enfermos con el Sacramento de la “Unción”, instituido por Cristo para traer alivio, sanación y paz interior. 

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Dragón y Pasaquina empataron a dos goles en el Estadio Ramón Flores Berríos

/ Foto Por EDH / Franklin Ponce

Por ??scar Rodríguez Blanco, s, d, b*

2017-02-11 4:53:00

La Iglesia celebra “La Jornada Mundial de los enfermos” el 11 de febrero de cada año. Esta celebración se debe a Juan Pablo II. Se pretende sensibilizar a todo el pueblo de Dios, a las instituciones sanitarias católicas, y a la misma sociedad civil, para asegurar una asistencia adecuada a los enfermos. Miles de personas desempeñan esta función. Médicos, enfermeras, agentes pastorales, voluntarios, religiosos, religiosas, y familias, merecen nuestra admiración, gratitud y respeto. La Iglesia cumple con su misión de llevarles apoyo espiritual y hacerles sentir la cercanía de Cristo.

La “Gruta de Massabielle”, en Lourdes, Francia, nos recuerda a Santa Bernardita, una jovencita pobre, enferma y analfabeta que ante la imagen de la Virgen Inmaculada transformó su debilidad en beneficio de los enfermos. Cada paciente, nos dice el Papa Francisco, “es y será siempre un ser humano, y debe ser tratado en consecuencia. Los enfermos, como las personas que tienen una discapacidad incluso muy grave, tienen una dignidad inalienable y una misión en la vida y nunca se convierten en simples objetos, aunque a veces puedan parecer meramente pasivos, pero en realidad nunca es así”.

La enfermedad es una realidad que preocupa, afecta a todo ser humano. Nos hace descubrir nuestras limitaciones, angustias y sufrimientos. La tecnología médica cuenta con excelentes avances que traen alivio y consuelo al que sufre pero todo es limitado, falta mucha investigación.
Si la Iglesia celebra la “Jornada mundial de los enfermos” es porque reconoce que ellos, además de tener el derecho del cuidado físico de su enfermedad, tienen también derecho al cuidado espiritual. El evangelista San Marcos nos habla de aquella mujer que había sufrido mucho por flujos de sangre gastando toda su fortuna inútilmente. Habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto pues decía: “Si logro tocar aunque sea solo sus vestidos me salvaré”. Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal”. (Mc 5,25). Es una realidad que nos cuestiona, pues los padecimientos nos deben hacer buscar y volver a Cristo, buscar, encontrar al Señor y tocarle; experimentar la vida, que es Él mismo. 

La Iglesia no ignora el sufrimiento humano. Asiste a los enfermos con el Sacramento de la “Unción”, instituido por Cristo para traer alivio, sanación y paz interior. 

El Apóstol Santiago es muy claro cuando nos dice: “¿Está enfermo alguno de ustedes? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor: Y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor hará que se levante y si hubiera cometido pecados, les serán perdonados”. (St 5, 14-15).

Es de alabar la actitud de muchas personas que proporcionan a sus enfermos todos los cuidados médicos y paliativos que necesitan, pero también hay quienes les niegan los auxilios espirituales. El hermoso don de la vida está en manos de Dios. 

Nos cuenta un señor que él cuidó a su esposa durante 18 meses. La preparó espiritualmente y que, llegado el momento, ella le sonrió y cerró sus ojos para la eternidad. Estaba preparada para ver el rostro de Dios.

*Sacerdote salesiano