Ante la iniciativa de incluir el examen psicológico como requisito para obtener o renovar la licencia de manejar han surgido diversas opiniones, como una medida desesperada por detener el auge de los accidentes de tránsito.
En El Salvador la creciente tasa de accidentes de tránsito tiene un origen multicausal como lo vienen señalando los expertos en la materia en no pocas ocasiones, de ahí que el examen psicológico que toca algunos aspectos del asunto es innecesario. Por un lado no es de orden práctico y por otro no incide en forma sustantiva en la causas.
En efecto, es difícil establecer y con cierto grado de garantía que un conductor tendrá un desempeño con pocos o ningún accidente vial exceptuando obviamente los casos de severas perturbaciones mentales. En países desarrollados con gran experiencia en el campo de los accidentes no consideran el examen psicológico como un factor contribuyente para disminuir los percances viales.
Uno de los factores causales que destaca es la “educación vial salvadoreña” asociada a varios estilos de vida que nadie está dispuesto a modificar y mucho menos renunciar. Caracterizada por una permanente conducta agresiva, impaciente, intolerante además de las actitudes de “soy intocable”, “yo las puedo”, “soy animala”, “no me dejo de nadie”, “no cumplo el reglamento y qué”. Los rasgos anteriores predominan en por lo menos cinco a seis de cada diez conductores y en algunos gremios (choferes de microbuses y de ciertas instituciones) la proporción puede andar en ocho a nueve de cada diez.
El conductor criollo promedio considera como “animal raro” aquel que maneja con prudencia, precaución, cortesía y es puntilloso para cumplir el Reglamento de Tránsito Terrestre y hasta es calificado de “maje” y “afeminado”. Y como es de esperar no asume su responsabilidad en el mantenimiento del vehículo, todo lo deja para “después” y lo considera una forma de ahorrar. Ante la ocurrencia de un accidente lo interpreta como algo que “ya convenía”, no como resultado de su forma de manejar o condiciones del vehículo.
Considera como conducta normal manejar a velocidad excesiva y el argumento principal para sustentar lo anterior es “si todos lo hacen ¿Por qué no yo también?”. Lo tiene sin cuidado realizar maniobras temerarias obstaculizando la circulación de los demás automovilistas, lanza basura al pavimento o se detiene a orinar en plena vía. Soluciona sus problemas a costa de los demás de ahí que se siente hasta con derecho a obstruir la circulación de otros.
En general es ingobernable y transgrede constantemente las normativas de tránsito, invade cruceros cualquiera que sea la señal del semáforo, hace doble o triple fila donde solamente debe hacer una, no respeta la distancia, ultraja y evidencia ira si el vehículo que tiene delante se tarda unos pocos segundos en arrancar y desea pasar primero sin respetar el orden de llegada a un alto. Llega en la madrugada y despierta a todo mundo por los portazos que acostumbra para cerrar las puertas de su vehículo. Exuda machismo en el volante, egocentrismo, cinismo e irresponsabilidad aunque le impongan docenas de esquelas y otras penas.
A la “educación vial salvadoreña” se agregan algunos estilos de vida muy característicos, probablemente el más prominente es el alcoholismo.
El estilo de vida manda emborracharse los feriados, asuetos y fines de semana y deambular “medio bolos” por balnearios y otros sitios. Y a pesar de las llamadas de atención y recomendaciones que hacen la Cruz Roja y otras organizaciones siempre se hace el sordo y prefiere pagar multas, ir a la cárcel, al hospital o al cementerio a cambiar de actitud.
*Colaborador de El Diario de Hoy.