La cuarta gran revolución en la psicología

Esta cuarta revolución nos vuelve a los psicólogos menos enigmáticos que la primera, menos clasificadores que la segunda, menos controladores de la conducta ajena que la tercera.

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Santa Tecla 28012016 Escuela de Fútbol FESA, Santa Tecla, nivel 2 Aficionados, durante su practica Fotos EDH / Huber Rosales / Foto Por edhdep

Por Jorge Alejandro Castrillo*

2017-02-24 7:24:00

La cuarta gran revolución en la psicología, según mi propia lectura del desarrollo de la profesión, es la protagonizada por un profesor de la Universidad de Pensilvania: Aaron T. Beck. Beck es un psiquiatra de profesión, de origen judío, nacido en los EE. UU.; por las fotos de él que he visto (“a los cuarenta, cada quien tiene la cara que se merece”) me lo imagino muy formal pero empático, suficientemente bondadoso y paciente como para gustar de la investigación científica, elemento esencial para comprender el surgimiento de su teoría. 

Beck se formó como psicoanalista y trabajaba como tal cuando incubó su teoría, en tiempos en los que esta teoría reinaba tranquilamente en los ámbitos académicos y hacía ricos a los profesionales que la practicaban, pues era una suerte de moda entre aquellos que se ubican en los estratos superiores de la escala financiera, que son los que pueden pagar por ella (por la naturaleza excesivamente larga del tratamiento y la aureola mágica de la que goza, sus precios son muy altos). Beck trabajaba con personas depresivas y decidió comprobar experimentalmente las bondades curativas del psicoanálisis. Para sorpresa de él y suerte de todos, los resultados resultaron ser los opuestos a los que esperaba. Descubrió, en cambio, que si discutía con sus pacientes las ideas, percepciones y atribuciones de causalidad (cogniciones) que estaban a la base de sus decisiones y conductas, las personas mejoraban significativamente.

Antes que él, en la década de los 50, Albert Ellis, otro psicoanalista que trabajaba en New York, había roto lanzas ya con el psicoanálisis y postulado que gran parte de las alteraciones conductuales se debían, no a los sucesos “objetivos” sino a lo que las personas pensaban de ellos. Identificó algunas “ideas irracionales” que están a la base de muchos malestares emocionales.

Estos dos grandes juntos, Ellis y Beck, dan impulso a lo que conocemos como “Terapia Racional Emotiva Conductual”, el primero y “Terapia Cognitiva” el segundo, ambas de eficacia comprobada para el tratamiento de la depresión, trastornos de ansiedad y otras afecciones emocionales. Ambos buscan como objetivo una “reestructuración cognoscitiva” en el paciente. A nivel de técnicas, Ellis es más racional y usa el “diálogo socrático” como su principal herramienta; Beck ve su tratamiento como el de un “empirista colaborativo” y sugiere que el paciente se perciba a sí mismo como un investigador que pondrá a prueba las ideas que lo atormentan, en lugar de considerarlas como hechos inamovibles. Ejemplo sencillo para el caso de personas muy tímidas, (en el futuro dedicaré un artículo a este tema), con quienes lo empleo eficazmente en la práctica clínica: “no soy capaz y no gusto de establecer nuevos contactos sociales”. Diseñamos tareas que permitan a la persona comprobar o desaprobar tal hipótesis antes de integrarla en firme a su esquema personal. 

En una nota aparecida en este mismo periódico el domingo pasado, un salvadoreño a quien aún no tengo el gusto de conocer en persona pero que lo imagino muy trabajador, serio y exitoso por los temas que trata en sus atinados artículos, se preguntaba qué es lo que tenemos que hacer para cambiar la indolencia y el acomodamiento de muchos salvadoreños, condición previa para poder convertirnos ¡cada vez con más urgencia! en una nación exitosa. La tríada cognitiva que Beck propone para el trabajo con depresivos (esquemas de interpretación de los hechos de vida acerca de a) sí mismo, b) el entorno y c) el futuro) le parecerá un buen punto de partida para la investigación que él reclama.

La revolución de la psicología cognitiva rescató mucho de la humanidad perdida en la anterior revolución conductista: el humano no se mueve solo en función a los reforzadores que se le ofrezcan, sino al significado que esos reforzadores comportan para él. Más que buscar reforzadores, el hombre busca dar significado a su vida, a lo que le sucede, ¡a lo que quiere que le suceda! 

Esta cuarta revolución nos vuelve a los psicólogos menos enigmáticos que la primera, menos clasificadores que la segunda, menos controladores de la conducta ajena que la tercera, y nos devuelve una comprobada confianza en el hombre racional que todos ¿creemos, queremos, quisiéramos ser?

*Psicólogo y colaborador de
El Diario de Hoy.