Pequeñas acciones y responsabilidad para grandes cambios

La esperanza no se posee, ni se regala, sino que se cultiva. Por eso su color es verde y se representa con una doncella que tiene una flor en mano y la cabeza decorada de espigas.

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Agustín Ruiz supera las marcas de Agustín Bultrón y Justo Arrocha de Panamá

/ Foto Por edhdep

Por Jaime García Oriani*

2017-02-25 8:13:00

Cuando pensamos en que debemos cambiar algo proyectamos grandes acciones. Iniciamos con ánimo, pero el mismo tiempo y esfuerzo que requieren se encargan de desgastarnos y quemarnos. Desanimados, olvidamos nuestros buenos propósitos y no llegamos a la meta. Quizás el problema se encuentra en que nos olvidamos del valor de las cosas pequeñas y que las grandes acciones son, en la mayoría de los casos, la sumatoria o la consecuencia de pequeños actos constantes. 

Una historia inspiradora es la de Elzeard Bouffier, el hombre que plantaba árboles. Bouffier solía pasear por las áridas zonas de los Alpes que penetran Provence, en Francia. Un día, cansado del seco paisaje, pensó que era momento de actuar y cambiar las cosas, así que se propuso cultivar robles y otros árboles cada mañana de su vida. 

Tras dos guerras mundiales, se comenzaba a ver el milagro del nacimiento de un bosque donde antes no había nada. Intentó cultivar otros árboles, pero las tormentas e inundaciones, las sequías y los fuertes vientos no les permitieron sobrevivir. 

Cuando Elzeard murió, a los 87 años, la región gigantesca que sembró fue declarada parque nacional. El único poblado dentro de la zona, Vergons, que antes era un lugar de gente amargada y rencorosa, se transformó en un pueblo simpático que ahora atrae muchos turistas. 
Esta historia nos enseña que la esperanza no se posee, ni se regala, sino que se cultiva. Por eso su color es verde y se representa con una doncella que tiene una flor en mano y la cabeza decorada de espigas. Y es por eso que su léxico se relaciona con la vida arbórea: germinar, podar, cultivar, generar.

Otra historia, no tan lejana, es una que conocí de primera mano, en Guatemala. Un grupo de amigos universitarios, preocupados por el alto nivel de deserción escolar y niños en riesgo de incorporarse a grupos delincuenciales, decidieron actuar. Su proyecto, pequeño y sin más dinero del que pudieron recaudar con algunos familiares y conocidos, consistía en ir semanalmente, durante ocho meses, a una escuela pública. En cada sesión, ayudaban a los niños a hacer sus tareas y conversaban con ellos sobre valores; en otras ocasiones, visitaban a sus familias, para mantenerlos al tanto del avance de sus hijos.

La amistad germinó entre los niños y los universitarios. Los resultados académicos mejoraron y cuando los adolescentes llegaron a séptimo grado, año en el que usualmente dejaba la escuela el 40 % de los alumnos, fueron palpables los frutos del esfuerzo: apenas el 7 % abandonó sus estudios. 

“¿Cuál fue la fórmula para el éxito?”, pregunté a uno de los impulsores de esta iniciativa. “La amistad. Más que enseñarles cosas, fue lograr que se sintieran importantes, que fueran conscientes de que alguien se preocupaba por ellos y que, con sus estudios, podían luchar aún más por hacer sus sueños realidad. Esa misma amistad generó confianza en sus padres y los movió a velar por la constancia de sus hijos en los estudios”, me respondió. A diez años de su inicio, este proyecto se realiza en tres escuelas del área metropolitana de Guatemala y ha sido reconocido nacional e internacionalmente por sus buenos resultados. 

Este viernes, la Embajada de los Estados Unidos presentó su Consejo Juvenil, del que forman parte 17 personas, entre 18 y 25 años, de diferentes zonas de El Salvador. Con esto quieren hacer consciencia de que depende de ellos (de nosotros los jóvenes) sacar adelante nuestro país.

“Queremos escucharlos, trabajar al lado de ellos y aprovechar sus experiencias. En vez de pensar ‘yo creo que esto quieren ellos’, deseamos oír sus opiniones y asegurar que estamos alineando nuestros programas y esfuerzos con la visión de la juventud”, comentaba la embajadora Jean Manes. 

Como estas iniciativas, existen otras muchas que son gotas dentro del inmenso mar de posibilidades para influir positivamente y construir una mejor sociedad. Lo importante es que dejemos de quejarnos y que hagamos algo positivo, allí donde estamos, venciendo la pereza y el pesimismo. La suma de esas pequeñas acciones trae como resultado grandes cambios. Es como la levadura: en pequeñas cantidades y con disimulo, fermenta la masa hasta conseguir un buen pan.

*Periodista.
jaime.oriani@eldiariodehoy.com