Las princesas siempre me han dado igual. Por lo menos las que me quería vender Disney en los conjuntos de shorts y camiseta de St. Jacks. Yo era siempre la niña chorreada en las piñatas, la que odiaba ir de vestido porque los vestidos no esconden los raspones en las rodillas. Por eso, difícilmente habría dicho que de grande aspiraba a ser princesa (consideraciones democráticas aparte). La excepción por supuesto, era siempre la Princesa Leia. Porque era princesa, pero el universo de Star Wars le permitía ser princesa en botas, armada hasta los dientes, luchando contra imperios opresores. No espera a que la rescaten: se rescata (tanto del imperio como de Jabba).
Imposible no pensar en Leia y en su influencia cultural después de la muerte de la actriz que le dio vida, Carrie Fisher. En un tributo que hizo en una columna el Washington Post, lo dijo bien la comediante literaria Alexandra Petri: la Leia de Fisher era capaz, lista, digna de imitar y humanamente imperfecta de maneras que la ficción no permite ser a las princesas. Pero Fisher era mucho más que la Princesa del principio de la saga (o mitad, si nos ponemos técnicos) o la General Organa del séptimo capítulo. Fisher además de actriz fue escritora, y me topé con sus libros sin querer.
Haciendo una escala eterna en un aeropuerto compré sus ensayos autobiográficos “Wishful Drinking”, porque quería leer y no quería “algo de pensar”. No sabía lo mucho que hay para pensar en su libro: sobre el machismo de Hollywood y, en general, del mercado laboral a través de sus anécdotas comiquísimas. De lo mucho que podría aprenderse de su manera abierta y honesta de hablar sobre la salud mental, un tabú que hace tanto daño. De lo mucho que puso de su propia personalidad e individualidad en un personaje que ya ha trascendido generaciones y se mantiene permanente y fijo en el canon de héroes y heroínas de ficción, transgrediendo leyes y estereotipos.
Ante la frecuente pregunta de qué opinaba de la objetivización cultural de su personaje en el episodio en que Leia aparece humillada en un bikini de oro, contestaba: “Fue el resultado de que un gusano asqueroso me capturara y me forzara a usar un atuendo estúpido, y lo maté porque no me gustaba”. Jabba the Hutt fue uno de los mecanismos de guión más útiles que nos pudo regalar Star Wars: sirvió para que, en una dimensión espacial donde todo se puede, una mujer pudiera demostrar su reacción luego de ser valorada solo por su cuerpo.
Y lo importante es que ni Fisher ni Leia necesariamente fueron modelos de mujer de una talla que le queda a toda la gente. Por suerte, el mundo es lo suficientemente amplio para que quede espacio para las princesas que prefieren vestirse de rosado y esperar hasta ser rescatadas. Lo que innegablemente nos dejó Fisher con su Leia es la noción de que hay más de una manera correcta de ser mujer — irreverente, rebelde y no necesariamente lo que la gente diría “en sus cabales” — y que en ese mismo mundo, cabemos también cómodamente otro tipo de princesas.
¡Que la fuerza esté con ella!
*Lic. en Derecho de ESEN
con maestría en Políticas Públicas
de Georgetown University.
Columnista de El Diario de Hoy
@crislopezg