El atentado en Estambul ha conmovido al mundo: 29 personas inocentes asesinadas por un demente que entró en un club nocturno disfrazado de Santa Claus y perpetró la masacre.
Pero el mayor terrorista de Turquía es su propio régimen, que a sangre y fuego, torturando, amordazando, amenazando, encarcelando y que en un momento estuvo a punto de fusilar sumariamente a opositores si no interviene la Comunidad Europea para pararlo.
Erdogan, “jefe de Estado”, se ha convertido en un brutal dictador después que un grupo de militares intentara derrocarlo para restablecer la democracia en el país.
La represión que el régimen está llevando a cabo, que incluye encarcelar y torturar a militares, perseguir a periodistas, destituir a miles de maestros de escuela y universidad, cerrar medios de difusión, causa más dolor que los atentados que se vienen dando contra cristianos, turistas y gente que por desgracia suya estaban donde no debían.
Erdogan es una réplica del monstruo de Siria, Assad, sostenido por Rusia y por la teocracia iraní, entre otros, que no vacila en destruir a su propio país para sostenerse en el poder, como habría hecho Castro si en Cuba se diera un levantamiento.
Lo particularmente asqueroso del terrorismo es que sus blancos son casi sin excepción, personas inocentes, sean los veraneantes de Niza en Francia, los que asistían a un mercado abierto en Berlín o los secuestrados en El Salvador por las bandas guerrilleras.
Cada víctima deja heridas profundas en familias, hermanos, hijos, como cada persona atropellada por dictadores, se trate de opositores venezolanos o ciudadanos turcos, es una afrenta a la civilización.
En el sepelio que tuvo lugar en una pequeña ciudad italiana, de una de las víctimas del atentado en Berlín, el sacerdote recordó a la infortunada joven: “Ella se nos fue pero es nuestro para siempre el recuerdo de su sonrisa….”.
La masacre en Estambul tomó unos minutos; las tropelías del régimen de Erdogan contra sus ciudadanos son la permanente pesadilla, agresión y terror de todos los turcos.
El país, como es casi una regla de Asia, sólo se modernizó y se democratizó gracias a la visión de uno de los grandes estadistas de la Era Moderna, Mustafá Kemal, a quien se le otorgó el título de Ataturk, padre de la patria, que derrocó el sultanato y el califato religioso, prohibió las indumentarias características del mundo musulmán, liberó a la mujer en muchos campos y encaminó la democracia y la separación del Estado y la Iglesia, todo lo cual Erdogan está intentando abolir.
Toda dictadura es reversión a las peores formas de servidumbre, atropello a derechos fundamentales, pisoteo a lo civilizado.
Arrasar con la democracia
es ir de reculada en el tiempo
Occidente está literalmente con un grave problema entre manos: necesita a Turquía estratégicamente para erradicar al ISIS, la secta infernal, pero se ve forzado a renunciar a establecer estados democráticos como una defensa a sus propias instituciones y libertades.
Y esa amenaza está siempre latente en los núcleos ortodoxos de turcos en Europa y sobre todo en Alemania, grupos donde surgen los terroristas que perpetran las masacres.
Los talibanes, debe recordarse, fueron apoyados por los Estados Unidos para detener la invasión soviética, pero ahora son la plaga de Afganistán y de Pakistán, que se sostiene con el apoyo de las tribus más retrógradas y el tráfico de heroína y morfina.