“Gatito”, “gatito”, dijo Alicia dirigiéndose al gato de Cheshire: “¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?” . El gato respondió: “Eso depende en gran medida del sitio a donde quieras llegar”.
“¡No me importa mucho el sitio a donde ir…!”, respondió Alicia. “Entonces, tampoco importa mucho el camino que tomes”, señaló el gato. “…siempre que llegue a alguna parte”, añadió Alicia. “Oh, siempre llegarás a alguna parte”, le aseguró el minino.
No quiero transformar esta contribución en un relato en el país de las maravillas. Les aseguro que han leído bien el encabezamiento: ¡FELIZ 2042! Voy a introducir estos folios en una botella y enterrarla con la esperanza de que se abra en el año del 50 aniversario de los acuerdos de paz y se cumpla mi deseo. Muchos de nosotros ya habremos partido por el mismo camino para entonces y no estaremos aquí, en este valle de lágrimas. Por ello, desde aquí y ahorita mismo mi anhelo anticipado a todos, presentes y futuros lectores: un valle de hamacas en paz consigo mismo.
Recuerdo unas imágenes de televisión, en donde un ciudadano español increpaba en voz alta a Adolfo Suárez, expresidente del gobierno, “qué había hecho él por la democracia”. Suárez impertérrito, le respondió pausadamente: “Entre otras cosas, posibilitar que usted me hable así ahora”. El mismo principio se puede aplicar a los acuerdos del 92: establecieron el marco en donde los salvadoreños pueden discutir sus diferencias, sin miedo a las repercusiones de antaño. Y ¿ahora qué? Se preguntarán. “¿Qué sigue tras los acuerdos?”. El gato siempre les responderá: “¿Hacia dónde quieren ir?”. La pregunta del minino no es capciosa: ¿Quieren mantener el espíritu de los acuerdos de paz como fórmula de convivencia para nuestros hijos o prefieren convertirlos en recuerdos de paz, como memorias rancias de antepasados?
Si nuestros buenos deseos cada nuevo año se dirigen a disminuir la preocupación o angustia por el país que heredaremos. ¿Somos conscientes y sopesamos nuestras acciones lo suficiente para discernir en qué medida influirán en el futuro inmediato de nuestros hijos, familiares, amigos y vecinos? El futuro de cualquier actividad o iniciativa humana no solo radica en el punto de llegada sino desde dónde iniciamos y en cómo transcurre la misma. No en vano proclamaba Antonio Machado: “Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.
En este sentido, me preocupa el hecho de que actualmente se sigue acentuando en gran manera la inmediatez de lo digital y el cortoplazismo en las relaciones personales. Cada vez se utiliza menos el lenguaje escrito en favor de los memes o notas de voz en WhatsApp. Incluso la pobreza de argumentos y las expresiones se contempla en los escritos vociferados de comentarios a las noticias en los medios digitales. Sobre las estruendosas faltas de ortografías, prefiero no opinar.
Y digo yo: Si nos preocupa tanto nuestro exterior y nos arreglamos para salir a la calle: ¿no deberíamos preocuparnos por la limpieza y pulcritud de nuestras comunicaciones, como expresión de nuestra inteligencia? Sin duda, de esta manera embridaríamos nuestras emociones y deseos con las riendas del sosiego, convirtiéndonos paulatinamente en dueños de nuestra voluntad y nuestro tiempo.
Tristemente, el tiempo es lo que hoy pareciera que escasea: nos urge tenerlo, disponerlo e incluso ser dueños del mismo. Sin embargo, el tiempo es inasible y en la ansiedad por poseerlo, expresado en reclamos centelleantes y con faltas de ortografía, pareciera que optamos, como Alicia, por un rumbo equivocado: la ruta más rápida, aunque tal vez no la más corta.
De ahí mi sugerencia de “feliz año 2042” con mis buenos deseos para que en este plazo de tiempo se forje a fuego lento un espíritu de nación en paz y sosiego. No hay recetas mágicas pero sí está en nuestras manos adquirir los remedios: libros, lapiceros, papel y práctica, mucha práctica: argamasa del éxito.
Mediante la enseñanza de las virtudes de la escritura a nuestros hijos, les mostraremos cómo pueden llegar a ser ellos mismos los dueños de su tiempo y voluntad, forjando su carácter y tal vez su destino si se aúna a la práctica habitual de la misma. Ello les facultará a expresarse de manera reflexionada, evolucionando del “pienso luego existo, al escribo luego soy”.
Escribir, redactar y aprender a analizar escritos de terceros forman un hecho extraordinario, único y propio de la naturaleza humana. Damos por hecho o ignoramos una característica única en el hombre. En nuestras manos tenemos la capacidad y los instrumentos de decidir a dónde queremos que lleguen nuestros descendientes o en el peor escenario, hacia dónde serán conducidos.
¡Feliz 2042!
*Colaborador de El Diario de Hoy