El aprovecharse del cargo para acumular riquezas en el medio salvadoreño se transmite de padres a hijos como una forma de conducta, por cierto socialmente aceptable, cuya esencia está contenida en las consignas siguientes: “Si vas a robar hazlo bien y que valga la pena”, “Para no complicarse la vida hay que robar y dejar robar”, “Si no aprovechas tu oportunidad eres un maje”, “Hay que robar con dignidad, si lo vas hacer con poco mejor olvídate” y “Si todos roban menos tú que te entierre parado”.
El ciudadano común y corriente, el que compra en el mercado y se transporta en bus, da por sentado que la política sirve para “componerse”, que los que “se meten” en política lo hacen para probar suerte y salir de la lipidia y algunos ven más allá y consideran que se roba en el nivel interior y se gobierna en el superior. Sobre todo en los tiempos actuales la gente cree y no anda tan equivocada, que al menos en el país cualquier holgazán, mal estudiante, sin respaldo académico, con experiencia en administrar garitos pero con buenos “conectes” y muy “animala” para darse autobombo a través de las redes sociales, de la noche a la mañana puede convertirse en un político de altos vuelos hasta con seguidores, defensores y aliados.
La corrupción es una cultura arraigada en la mentalidad de los salvadoreños que no respeta nivel social, escolaridad, inclinaciones religiosas, colores partidarios e ideologías e incluso puede estar por encima de ideales revolucionarios. En México pasa algo similar con la cultura de “la mordida” y según se dice personas de cualquier estrato social la practican sin ningún miramiento desde el magnate de una empresa o funcionario público hasta el vigilante de un estacionamiento o el barrendero callejero. Los niveles de corrupción son tan altos que prácticamente es imposible actuar con legitimidad en cualquier situación y lo común es que la justicia actúe más tuerta que ciega, comúnmente susceptible a que le carguen los platillos de la balanza. La gente escucha con desconfianza las noticias porque ya se acostumbró a que primero se hace una escandalada, las noticias siguen por una semana, luego las cosas se enfrían y después nadie sabe qué pasó. También ocurre que los imputados al poco tiempo salen libres porque unos documentos no se reprodujeron en triplicado o porque les faltó un sello.
El problema de fondo es ese sórdido espíritu de lucro y especulación que ha encontrado en el desorden de los gobiernos las circunstancias nunca imaginadas para negociar, confabular y acumular riquezas a costa del estado. No importa que falte el agua, que haya masacres o buses incendiados, o que se paralice la capital por docenas de protestas callejeras, lo que interesa es no perderse la rebatiña de oportunidades para llenarse los bolsillos.
¿Y cómo es posible que cientos de millones de dólares se movilicen en todas direcciones incluso hacia cuentas particulares en las narices de la Corte de Cuentas, fiscalías generales de administraciones anteriores e instituciones como el Tribunal de Ética Gubernamental?
Además de la cultura de la corrupción existen otras como la de mentir, mantener engañada a la militancia, ofrecer cambios y no cumplir, etc. Ejemplo ilustrativo es el de la “Tregua”, ahora resulta que la administración anterior efectivamente negoció con criminales, y que la administración actual si bien no la ha hecho ha reciclado a los mismos funcionarios que participaron que ahora “No saben nada sobre el asunto”.
*Colaborador
de El Diario de Hoy.