El perdón

¿Seremos tan probos para que nuestro exacerbado ego sea incapaz de decir te perdono con sinceridad absoluta?

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Los diputados de la bancada del FMLN han intentado varias veces que se apruebe el presupuesto 2017, pero no han logrado sumar los 43 votos necesarios para ello. 

/ Foto Por Jorge Reyes

Por Luis Enrique Contreras Reyes*

2017-01-11 8:02:00

Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar”. San Juan Crisóstomo.

Es una palabra que encierra mayúsculas dimensiones de emociones y sentimientos humanos que trastocan nuestro corazón por algún dolor recibido en un pasado que nos negamos a recordar, se nos presenta un enemigo aguerrido, difícil de vencer y nos lleva a nefastos pensamientos que contaminan nuestra alma.

El perdón, palabra corta y excesivamente predominante en nuestras vidas, convivimos con ella desde niños, perdonando averías en nuestros juguetes por parte de nuestros amigos de infancia, sin embargo, al pasar el tiempo, cuando la madurez es una realidad, lo averiado por nuestros amigos o familiares, ya no son más juguetes, la perdida es mayor y su reparación conlleva esfuerzos sobrehumanos para una fiable superación.

La confianza, la admiración y todo el vínculo que nos mantenían unidos desaparecen tras la traición recibida y la persona que la obró pasa a formar parte de un colectivo que catalogamos de humanos indignos de respirar el mismo aire que nosotros. ¿Pero existirá una traición tan grande e imposible de perdonar? ¿Seremos tan probos para que nuestro exacerbado ego sea incapaz de decir te perdono con sinceridad absoluta? Ya lo decía CS Lewis: “El perdón verdadero implica mirar sin rodeos el pecado, verlo en todo su horror, bajeza y maldad y reconciliarse a pesar de todo con el hombre que lo ha cometido”.      

Aquí se nos describe un camino infalible que nos conducirá a ese perdón real que limpiará nuestro corazón de todo vestigio de rencor, pero descifrar este arcano existencial que nos permita esta excelsa purificación interior no es fácil, su complejidad exige una aplicación de amor humano indispensable para el perdón verdadero. Perdonar a un hijo, perdonar a un padre ausente o el desamor de un esposo… son tareas que estamos obligados a realizar para lograr una paz plena con nuestros semejantes y con nosotros mismos.
   
El perdón debe trascender toda frontera de odio, resentimiento y otras emociones negativas que impiden esa necesaria y valiosa reconciliación con el prójimo, descartar esa penumbra de pensamientos que agudizan ese agobiante instinto de nunca perdonar con sinceridad, ese sentimiento de aversión hacia quien nos ofendió o defraudó.  
  
He hablado hasta aquí del que perdona, el que tiene que superar la ofensa recibida, sobre el vencer ese ultraje a nuestra alma e iniciar nuevamente. Ahora bien, ¿qué decir del que pide perdón? Nunca es fácil reconocer nuestras equivocaciones, la soberbia nos corrompe los corazones y se convierte en una infranqueable barrera para dar ese primer paso esencial que representa la humildad, tan elemental para reconocer que somos culpables de ese agravio que lastimó a un ser querido.

No hay por qué avergonzarse en pedir perdón, es de valientes culminar tan digna acción, buscar esa reconciliación imprescindible, el problema mayúsculo de nuestro tiempo es que no vemos la necesidad de pedir perdón, ya sea por soberbia, porque pensamos tener la razón, lamentablemente vivimos una época en la que cada quien piensa que posee su propia verdad, la adaptamos a nuestra forma de vida, es un relativismo y si lastima a otros nos es indiferente. Recordemos que la verdad existe, el bien es una realidad y ella nos debe llevar a la paz con nuestros semejantes.  

Pedir perdón y perdonar, acciones determinantes para coexistir y crecer como raza humana, son obras que nos asemejan al creador son parte de ese perfeccionamiento que debemos tener como personas, al ser buenos identificaremos el bien y el mal, extirparemos ese relativismo perverso que nos contamina como seres humanos.
 

*Colaborador de El Diario de Hoy
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