El Salvador que conocí (tercera y última parte)

Y 25 años después de firmada la paz existen jóvenes que siguen relatos como viejos; viejos que cuestionan y maduran sus relatos como jóvenes; y salvadoreños que tratan de entenderse y tender puentes que construyan país.

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Por Guillermo Miranda Cuestas*

2017-01-13 7:19:00

Nací en 1988 y no tengo un solo recuerdo del conflicto armado salvadoreño. Durante mi infancia noventera, El Salvador que conocí era muy distinto al que ahora conozco. Enero era una mezcla de olores entre la pólvora que sobrevivió a la navidad y el plástico recién comprado para forrar libros y cuadernos escolares. Los días los vivía entre el Nintendo y la colonia. Había cero preocupaciones por el futuro y ninguna conciencia del pasado. Hasta que llegó el año de 1994.

Nací en 1988 y tengo recuerdos desde los dos años de edad, pero no tengo memoria alguna de la política hasta el año de 1994, cuando mi mamá llevó a casa un afiche en el que aparecían distintas banderas de partidos políticos. Me tomó varios años entender que en ese mismo país, donde la política mostraba distintos colores, habían transcurrido eneros de mucho dolor; eneros en los que niños como yo habían llorado la pérdida de sus familiares o agonizado sus propias muertes; eneros de masacres, ofensivas, secuestros y magnicidios; eneros sin recuerdos navideños ni útiles escolares. Pero apenas tenía cinco años y no me interesé por conocer más. Hasta que llegó el año 2000.

Nací en 1988 y a los 12 años vi una película llamada “Romero” que, con sus tramas y numerosas distorsiones de la verdad, me hizo obsesionarme por entender, de la forma más objetiva posible, la historia del país que comenzaba a conocer. Los jóvenes de la posguerra crecimos con el relato de nuestros padres que habían sufrido acontecimientos lamentables y todavía guardaban trágicos recuerdos. A unos les dijeron que fue una “agresión comunista” y a otros que fue la “opresión de la oligarquía” como si no existieran grises, ni antecedentes, ni contextos. Y 25 años después de firmada la paz hay jóvenes que siguen los relatos encasillados de algunos viejos; viejos que cuestionan y maduran sus relatos con alma aún de jóvenes; y salvadoreños de todas las edades que tratan de entenderse y de tender puentes que construyan país.

Nací en 1988 y agradezco a los firmantes que negociaron algunos de los cimientos básicos de nuestra democracia. Uno fue que el ejército abandonara los barrios y la política para volver a los cuarteles. Otro fue que la guerrilla abandonara las montañas y las armas para volver a la política. No fue un acuerdo perfecto, pero a diferencia de lo que ocurre en estos días, los negociadores tuvieron la voluntad de ceder y perder varios de sus intereses para ganar un bien superior de interés nacional: la paz.

Es un país complicado. Un país de desconfianzas y prejuicios. Un país donde el fanatismo atropella al individuo ya sea en nombre de la revolución, de la seguridad nacional y hasta de Dios. Un país donde los ciclos de violencia continúan y se muestra una amnesia histórica que nos hace tropezar con las mismas piedras del pasado. Y aunque algunas veces produzca ese tremendo asco que bien atrapa la prosa de Moya, otras veces del progreso se afana en seguir, como en los versos de Cañas ???y como sucedió en enero del ???92. Porque cuando se conoce más de la historia, aun con las velocidades y retrocesos del avance humano, el optimismo parece menos irracional y la esperanza cobra mayor sentido.

*Abogado de ESEN, con estudios en filosofía de la UCA
y maestrías en estudios latinoamericanos de Salamanca y en políticas públicas de Oxford.
@guillermo_mc_