Estamos en el mes que se recuerdan los 25 años de la firma de los Acuerdos de Paz. Personalmente no creo que exista ambiente o dinero para que se haga una celebración con bombos y platillos. No es que no piense que el fin del conflicto y las vidas que se salvaron no sean importantes, sino que considero que no fueron Acuerdos de Paz los que se firmaron ese 16 de enero de 1992. Lo más apropiado sería llamarle Acuerdos de Finalización del Conflicto y de subtitulo “de políticos y para los políticos”. Los que sin duda están en ambiente festivo son algunos políticos y líderes de la época, que no dejarán de jactarse del evento, a pesar de la deuda histórica que tienen con la construcción de la paz.
Hablo de deuda, porque no se construyó un sistema de probidad que evitara la enorme presunta corrupción de los gobiernos de los últimos 25 años, así como tampoco se construyó una economía sólida que sacara de la pobreza a las mayorías, sobre todo por la poca inversión social, especialmente en educación.
La paz no se firma, se planifica, se construye. Esto implica que la ausencia temporal de conflicto no es suficiente para alcanzar la paz. La planificación adecuada conlleva los pilares que permiten la construcción de una paz verdadera. Estos pilares incluyen el combate a la corrupción, la edificación de un gobierno que funcione, el desarrollo del capital humano, el fortalecimiento del entorno de negocios, la aplicación de la ley y justicia, entre otros. Esta es la tarea de todos, sobre todo de los líderes. De igual forma, hay que realizar que construir la paz no es solo controlar la violencia actual, sobre todo, cuando la disminución de la violencia tiene a la base la represión desmedida, el encarcelamiento masivo de jóvenes sin una verdadera probabilidad de rehabilitación y esquemas como la “Tregua”.
La construcción de la paz verdadera exige una estrategia dual. Con esto quiero decir que debemos abordar lo urgente, pero al mismo tiempo lo importante. Lo urgente es evidente según las múltiples encuestas de opinión, lo cual requiere que se combata la corrupción, que ha evitado que millones de dólares de nuestros impuestos lleguen a los ciudadanos que tanto sufren la escasez de medicinas y falta de educación. Esta misma corrupción es la que permite que se siga extorsionando desde las cárceles, que queden impunes muchos delitos por jueces que se venden al mejor postor, y que el contrabando siga afectando a miles de empresas formales, que son los que proveen empleos con las protecciones de ley que nuestros trabajadores merecen.
Lo importante, pero que tomará tiempo dar frutos, es la inversión social. Esto implica pensar en una educación de primer mundo. Ya basta de medias tintas y de victorias insignificantes. Si queremos que exista progreso económico sustentado por la productividad de nuestra gente, y por tanto la competitividad de nuestras empresas, tenemos que soñar con un sistema de educación que se adapte a las nuevas formas de educar. Debemos abandonar el esquema obsoleto en el cual los niños son formados como rebaños en entornos que no reconocen las capacidades y formas de aprender de cada individuo. Estamos obligados a retomar la construcción de valores en las escuelas, en donde se formen ciudadanos ejemplares. Es imperativo que creemos un entorno de protección integral a nuestros niños, para que tengan una verdadera oportunidad de salir de la pobreza, y que puedan progresar a la siguiente grada socioeconómica de donde nacieron. Para esto tenemos que anticipar cuáles serán las tecnologías del futuro y las necesidades de un mundo al cual nuestra economía tiene que insertarse. La tarea de construir una plataforma de innovación y desarrollo tecnológico tiene que estar liderada por una nueva universidad nacional, que se despoje de todo vestigio político y se concentre en formar a los empresarios y ejecutivos del futuro. Esta es una apuesta agresiva, pero tenemos que apuntar alto si queremos verdaderamente salir del subdesarrollo y miseria en la que están sumergidos miles de salvadoreños.
Existen otros pilares que tienen que desarrollarse paralelamente en la construcción de la paz verdadera. Sin embargo, iniciemos con el combate a la corrupción y la inversión en una educación de primer mundo. Esperemos que en medio de tanto anuncio, valla publicitaria, concierto y discurso, veamos alguna señal clara que el gobierno y los líderes políticos están verdaderamente pensando en nuestro país, y no solo en despilfarrar los escasos recursos del Estado y seguirse repartiendo el botín como lo han hecho en los últimos 25 años.
*Colaborador de El Diario de Hoy.
@luisportillosv