La finalidad esencial de la política es el bien común. Servir al bien común es crear y asegurar las condiciones de la vida social, asegurando el respeto de los derechos y libertades fundamentales de las personas.
Pero en la realidad política parece que la estrategia es el armar mesas de diálogo en las cuales se habla y se habla, y al final, los resultados nos dicen que éstas son mesas falsas, creadas para ganar tiempo, retórica para luego degollar de manera ladina al adversario. Todo con el afán de ganar la batalla mediática con fines políticos electorales, todos los objetivos son electorales, punto.
La evidencia apunta a que en estas mesas de diálogo no exista la voluntad de generar políticas públicas que produzcan bienestar social y menos aún la voluntad para ponerlas en práctica.
La confrontación política actual resulta patética. Aquí el debate se basa en desacreditar, traicionar e insultar al adversario político. Lo que nos recetan todos los días es que el otro, el adversario, es escoria y el adversario aludido, responde que es mentira, que el que dice eso es mucho más escoria, y así sucesivamente. La clase política no tiene escapatoria de su rueda de caballitos de ofensas mutuas. Hígado y más hígado y el rumbo de nación a la deriva.
El Gobierno debería priorizar, debería esforzarse para alcanzar un mínimo de bienestar social; no con fines políticos electorales cargados de demagogia. Necesitamos retomar nuevamente la esencia de la política y la democracia: el bien común.
Uno de los principios fundamentales en la doctrina social de la Iglesia es el concerniente a la vinculación entre la búsqueda del bien común y el ejercicio de la autoridad política. O sea la política al servicio del bien común.
El día de ayer celebramos los 25 años de la firma de los Acuerdos de Paz, pero muchos se preguntan: ¿realmente estamos viviendo en paz? No creo que los ciudadanos que viajan en bus se sientan seguros ante la inminencia del asalto, igual los automovilistas con el temor de ser asaltados en un semáforo, o la señora de la tienda de la esquina que convive con la extorsión. En el pueblo no existe el sentimiento de paz. Existe la angustia e intranquilidad.
Pero pienso que todos somos responsables, por estar cómodos y ausentes de esas realidades políticas que criticamos. Debemos involucrarnos, porque alcanzar el bien común depende de todos. Los acuerdos de paz pusieron fin a un conflicto armado, pero nuestra juventud ha heredado un conflicto silencioso.
Transformemos nuestra historia, comprometámonos con el diálogo y entendimiento entre nosotros, pero principalmente entre los actores políticos, ya que la verdadera paz no se limita a celebrar la firma en papel, la paz se conmemora construyéndola a diario. Impulsando cambios reales de beneficio común.
El bien común es la razón de ser de la autoridad política, la que debe garantizar cohesión, unidad y organización en la sociedad. El Gobierno tiene el deber de propiciar la armonía con justicia para los diversos intereses de la sociedad y no con miopía limitarse a solo atender intereses del partido oficial.
La indignación y malestar de la gente es un motor que ayudará a cambiar la situación actual, las desigualdades. El hecho que la gente no tenga para comer cuando la burocracia de Gobierno tiene de sobra para viajes, dietas, sobre sueldos, vehículos, gasolina, etc.
Creo que hay burócratas sin empatía y conciencia, pero también hay cada vez más personas indignadas y molestas… ¡Hay que darle la vuelta a esto!
Esa indignación y molestia debe servir al cambio. No digo que sea fácil, pero no podemos perder la esperanza.
* Columnista de El Diario de Hoy.
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