En 1930, B.F. Skinner, un sicólogo de la Universidad de Harvard, construyó una caja en la que depositó una rata hambrienta (depositó adentro diría el profesor). Cada vez que la rata se movía, y accidentalmente presionaba una palanca, caía una bolita de purina. Pronto el truco aprendió, la dopamina fluyó y la bestia se engordó.
Skinner demostró que el mismo principio aplica también en la gente, y que la dopamina, u hormona cerebral que produce placer, es terriblemente adictiva. Si no lo cree, voltee a ver al fumeque o al chichipate.
Yo produzco dopamina pedaleando, pero también trabajo, por lo que haciendo uso de la bendición de la disciplina, me conformo con recibir mi dosis, rodando tres veces por semana.
El problema es cuando no existe la disciplina, pues la búsqueda de más y más dopamina nada la elimina.
Si al igual que a la rata nos encanta masticar, nos vamos para Chile. “Para chile relleno”, grita la lorita Pepita.
La adicción a la dopamina, un problema global que, al igual que comer y “cantar”, es parejo en razas, profesiones y religiones.
Todos nos escandalizamos, pero bien que seguimos, el caso del presidente gringo adicto al sexo con una pasante, mientras él y su esposa muy campantes.
Suerte tuvo Bill, pues su búsqueda de dopamina no tuvo consecuencias negativas. Sí las tuvo en el caso de la pérdida de millones, cuando marcas globales le quitaron su patrocinio a un nadador olímpico que fumaba mucho monte. O en el caso del septicampeón dopado del Tour de France, llamado Lance.
Consecuencias negativas también tuvo el caso de un non grato expresidente (prófugo) salvadoreño que toma mucho Blue Label. Al igual que el efecto de la purina en la rata, el del scotch en el presidente, les producía dopamina de velocidad. Una corría en la jaula, otro corría en el Ferrari, hasta que ambos se estrellaron.
Mal le fue también a otro expresidente, cuya adicción a la dopamina lo llevó a acumular una riqueza desproporcionada.
Impresionante la avalancha de memes, comentarios y condenas a un gordo, otrora héroe salvadoreño, que al igual que la rata de Skinner, Bill, Phelps, Lance, y ex presidentes cayó en las garras de la dopamina.
Condenas, por ser otro asqueroso caso cuscatleco de para gato viejo ratita tierna, comprando más y más dopamina que le producía tener mucho sexo con menores de edad, según los fiscales. El que virgen quiere, paga $100 más. Perversos.
En este caso, las cámaras no enfocaron al gordo dominando el escenario; lo enfocaron, junto a otros enfermos, enchuchados esperando justicia.
La profesión más antigua de la humanidad vivita y, con vigor, coleando en El Salvador y en el mundo entero.
Durante más de 15 años que anduve de aeropuerto en aeropuerto, los taxistas me ofrecían damas de compañía. “No gracias, mañana tengo que madrugar, pero ¿sabe en cual piscina olímpica puedo nadar?”.
Hace un par de años, vino a chotear un chero francés, y el taxista salvadoreño “carne fresca” también le ofreció.
La cantidad de oferta es un reflejo de la demanda. El 24 de diciembre, a las 5:00 a.m., que bajamos corriendo el Paseo hacia la catedral, conté seis “club bars” rebalsando de clientes. Antes de las 7:00, que subimos, todavía estaba encendido el de la esquina de la Lucerna. Encendido como tanta casa de cita y “salón de belleza” en todo el país.
¿Qué las chicas del gordo eran edecanes engañadas? No lo creo. La triste realidad es que ante la falta de oportunidad, muchas se van y muchas se venden.
Que el caso del gordo perverso, nos ilumine para orientar mejor a nuestras chicas, y para controlar la oferta de tanto morbo. ¿Será posible?
* Columnista de El Diario de Hoy.
calinalfaro@gmail.com