Desde hace varios años, durante la temporada de Navidad y Año Nuevo, he recibido de distintos orígenes, tarjetas de felicitación y buenos deseos, pero entre ellas destacan unas que, por su especial contenido afectivo, son para mí un verdadero privilegio: las que vienen firmadas por la fecunda mano del Poeta, David Escobar Galindo.
Con David nos une una amistad que comienza en los años 60-61, cuando cursábamos el primer año de Derecho en la UES; pero, no es el tiempo lo más importante en este caso, sino la calidad de cercanía espiritual que se ha mantenido entre nosotros, desde entonces acá y, aunque en los últimos tiempos no nos hayamos frecuentado mucho, la fraternidad permanece sólida, viva, actual.
Las tarjetas de David traen consigo el hermoso valor agregado de un soneto que, de manera invariable, trata sobre temas que gravitan en torno al Nacimiento del Monumental Judío que redimió a la humanidad y que, de igual manera, aún en los más angustiosos momentos de la Década de los Ochenta, contenían mensajes de esperanza, de paz, de hermandad entre los hombres y las naciones; versos sutiles, cadenciosos, evocadores de imágenes, escritos con noble pureza de lenguaje: dos cuartetos y dos tercetos, en rigurosa métrica de endecasílabos hasta contar, dice Lope, los catorce que “…dicen que es soneto…” Cabe señalar que el soneto es una de las más difíciles disciplinas literarias que solo unos pocos llegan a dominar. Es lamentable que el reducido espacio editorial no permita reproducir aquí el poema de David, pero quienes le leen en forma periódica conocen de la aguda percepción, la sensibilidad y donosura con que nuestro Poeta escribe.
No por mandar su poema en la semana final del año significa que este sea un cierre de telón al drama anual sino, por el contrario, lo considero una vibrante voz que augura y desea para todos, lo mejor del tiempo que está por comenzar.
Con la salvedad de que en esto de la interpretación de la poesía, suele uno incurrir en subjetividades, mi voz interna —que al final es la que aflora a mis labios—, me dice que en sus versos navideños de estos años el poeta parece instarnos a pasar del clamor del Cristo: “¡Padre, Padre, por qué me has abandonado!”, al sereno discurso de profunda fe, contenido en las últimas palabras del Cordero: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu…!”.
Por asociación de ideas los versos davidianos me han hecho evocar la visita del segundo de los tres fantasmas que transforman la vida del viejo Ebenezer Scrooge, en “Canción de Navidad”, de Charles Dickens, el Fantasma de la Navidad Presente: un gigante alegre, joven, vigoroso que le habla al avaro entre follajes de muérdago, planta mágica de los druidas que, además de otras cosas, simboliza la amistad, protege de los iracundos, ahuyenta la maldad y limpia el alma, efectos que la imaginación liga al poder expresivo de las estrofas de David. El jovial espectro le muestra a Ebenezer la desbordante alegría con que su sobrino Fred, su empleado Bob Crachit y el enfermizo hijo de este, el Pequeño Tim, celebran la Navidad.
Extrapolada, la escena podría ser la de un país habitado por gente que sufre desempleo, amenaza autoritaria, violencia y de muchos otros males, mas no por ello menos alegre y trabajadora; gente agarrada con denuedo a la esperanza que cada año le trae la celebración del Divino Nacimiento; un país que, como el pequeño Tim de la historia, debemos esperar supere sus dolencias, ayudado por nosotros, bajo el influjo mágico del Suceso de Belén.
¡Gracias, David, por tus sonetos, por las tarjetas y buenos deseos de todos estos años! ¡Gracias mensajero criollo de la Navidad Presente! ¡Mi amigo, mi vecino del Barrio San Miguelito y la adyacente, Colonia Santa Eugenia, donde también eran vecinos, entre otros, el ilustre jurisconsulto Dr. Reynaldo Galindo Pohl; la dulce maestra de inglés, doña Lilian Pohl de Galindo; el gran escritor y humanista, don Chico Gavidia; el militar, ingeniero y humorista, don Chema Peralta Lagos; el maestro, don Saúl Flores y Roque…!
Recuerdo la Segunda Avenida Norte, que partía en dos a ambas residenciales, llamada entonces “Calle de Mejicanos”, con doble sentido para dar paso al impetuoso caudal de viandantes, de vendedores ambulantes, de la pintoresca demencia callejera, de carros y ruidosas camionetas repletas de pasajeros; de pesados carretones tirados por hombres y camiones cargados de mercadería, signos inequívocos, estos, que dibujan a un pueblo emprendedor que siempre marchó con decisión y optimismo hacia el futuro…!
Y, con la súplica de indultar al inoportuno destiempo, les deseo a todos, ¡Feliz Año Nuevo!
*Periodista
rolmonte@yahoo.com