Durante la conmemoración de los XXV años de la firma de los Acuerdos de Paz diversos actores políticos manifestaron la necesidad de suscribir una “segunda generación de los Acuerdos de Paz”; estos serían el fundamento de “nuevos proyectos de progreso y para enfrentar desafíos” entre todos los partidos políticos, según las palabras del secretario general del partido en el gobierno. Asimismo, el presidente del partido de oposición señaló que “están dispuestos al diálogo, siempre y cuando ese diálogo venga acompañado de acuerdos y cumplimiento”. Este nuevo acuerdo contaría con la mediación de las Naciones Unidas, casi en una alusión al papel que jugó este organismo en la época del conflicto armado.
Estas manifestaciones de buena voluntad se vienen abajo en la misma semana de las declaraciones, cuando la oposición abandona súbitamente el diálogo en las mesas fiscal, económica y del café; y cuando el partido del gobierno aprueba el presupuesto general de la nación prescindiendo de la opinión y votos de la oposición. Como lo mencioné en mi columna de la semana recién pasada, el actual problema político de El Salvador es que no se ha hecho nada para construir las bases de un debate público decente sobre los temas fundamentales del país; quienes pagan los platos rotos son los ciudadanos que urgen del buen funcionamiento de los servicios y prestaciones públicas.
El partido de gobierno parece abstraído de la realidad, manejando un discurso de un inexistente progreso y desarrollo, cuando los problemas sociales se han agudizado en los últimos años. Por su parte, los partidos de oposición carecen de un liderazgo claro y de un plan estratégico que brinde algunas propuestas sobre cuál sería la manera adecuada de resolver un problema. Si no se cuenta con soluciones claras, específicas y coherentes con el discurso que se emite, es difícil obtener la confianza de las otras partes involucradas y de la ciudadanía en general.
En El Salvador estamos claros sobre la desconfianza que generan ambos partidos mayoritarios en la población y que esta ha acarreado un déficit de representación política. Con base en ello, es necesario pensar en la renovación de las caras al frente del diálogo y en los elementos mínimos que deben fomentarse para que los actores políticos alcancen un consenso en las decisiones colectivas fundamentales (pensiones, salud, educación, seguridad y desarrollo económico, entre las más relevantes), aún y cuando sus desacuerdos en otros temas (propios de cada ideología) persistan.
En primer lugar, para lograr acuerdos en temas fundamentales es necesaria la concurrencia de la voluntad política para hacerlo. Si los partidos no están dispuestos a sincerar sus verdaderos objetivos, jamás llegarán a determinar los puntos en común y las soluciones viables a los problemas que deben resolver. Y, sobre todo, ese diálogo debe tener como objetivo primordial el ejercicio de una verdadera representación política de los ciudadanos y la resolución de los problemas que afectan a esta. Cualquier objetivo distinto a este anula el sentido del diálogo político entre las partes.
Y cuando hablo de voluntad política de hacerlo, no basta con sentarse a hablar de manera privada en Casa Presidencial, culpándose mutuamente de los pocos avances del país. Los dirigentes de los partidos deben estar en la capacidad de atender los argumentos y pensamientos de su contrario, así como de todos los sectores que alimentan los pensamientos o acciones políticas, volviendo público este debate. Es necesario que ambas partes fijen sus objetivos en favor de la población e intenten dar valor a la postura del otro, escuchen a la ciudadanía y aprendan a no percibir a las ideas distintas como enemigas.
Además, es necesario que la ciudadanía se involucre más. No es posible dejar la tarea de fijar posiciones y decisiones a los clásicos agentes representativos del constitucionalismo democrático (partidos políticos, sindicatos, grupos de presión o medios de comunicación). En esta época, donde la ciudadanía percibe que existe un déficit de representación en la sociedad, es necesario volver la mirada y apoyar a los movimientos que surgen de la sociedad civil o a la actividad desplegada por los ciudadanos de manera individual. El reto es dejar un lado los sesgos ideológicos en los debates sobre temas trascendentales, así como construir acuerdos a largo plazo sobre políticas y modelos a seguir.
* Columnista de El Diario de Hoy.