¿Hasta cuándo?

Con la amenaza del impago sobre la nuca del país, los salvadoreños viviremos un año preelectoral que nos hará olvidar los buenos deseos de diálogo y entendimiento que afloraron durante la reciente conmemoración de los 25 años de los Acuerdos de Chapultepec.

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Pozo en la lotificación Las Tablas II, Sonsonate. / Foto Por Archivo

Por Federico Hernández Aguilar*

2017-01-24 7:59:00

Finalmente, con el acompañamiento de los partidos pequeños, el oficialismo consiguió los votos para que se aprobara el Presupuesto General de la Nación de este año. Diputados que hacía poco tiempo mostraban su indignación por el evidente desfinanciamiento del proyecto gubernamental, de repente juzgaron “responsable” acceder a darle su visto bueno a cambio de las promesas de “encontrar” los fondos necesarios. Así pues, mientras algunas erogaciones obligatorias que estaban ausentes en el borrador inicial hicieron su aparición, a través de montos “simbólicos”, los necesarios ajustes en materia de gastos quedaron definitivamente apartados. Manteniéndose tan mentiroso como al principio, el presupuesto 2017 quedó refrendado.

¿Qué viene ahora? Una pugna política que se estirará durante todo el año. El gobierno, con desfachatez, ya empezó a exigir los fondos que no ha querido presupuestar —reeditando temprano las tensiones de 2016— y asumirá demencia a la hora de dar explicaciones. Echará entonces la culpa de su falta de recursos al principal partido de oposición y tratará de llevarlo contra las cuerdas mediante las presiones acostumbradas.
En paralelo, con la amenaza del impago sobre la nuca del país, los salvadoreños viviremos un año preelectoral que nos hará olvidar los buenos deseos de diálogo y entendimiento que afloraron durante la reciente conmemoración de los 25 años de los Acuerdos de Chapultepec.

La responsabilidad histórica por lo que se avecina ya tiene nombres y apellidos, aunque el populismo logre a veces desviar nuestra atención hacia las humeantes cortinas que aquí se montan cada semana. La papa sigue bien caliente, y lo único que se ha logrado es lanzarla algunos metros adelante. Pero ya nos tocará volver a sentir la temperatura del tubérculo cuando lo tengamos entre las manos, es decir, cuando el gobierno le diga al país, con cara de “yo no fui”, que le falta dinero para pagar las pensiones o que se ha quedado sin fondos para cumplir con sus deudas a proveedores.

Y en medio de este ambiente crispado, aparece hoy la sombra del espionaje a instituciones que se caracterizan por decir lo que piensan de los liderazgos políticos y de sus acciones. Los micrófonos hallados en las instalaciones de FUSADES y la Cámara de Comercio e Industria, amén de algunos otros que no han sido denunciados, vendrían a demostrar que en nuestro país existen y operan estructuras que se encargan de vulnerar oficinas privadas y husmear cobardemente a ciudadanos que se dedican a debatir ideas, elaborar propuestas y hacer señalamientos críticos de manera abierta.

Es difícil saber quiénes podrían estar detrás de estos andamiajes delictivos, pero es pertinente que las alarmas sean atendidas con el rigor profesional que merecen. Ya algunos magistrados constitucionalistas han hecho públicos los seguimientos y amenazas de que han sido objeto; el propio titular de la Fiscalía General de la República se ha referido a sistemas de vigilancia que estarían funcionando para medir los pasos del Ministerio Público. ¿Qué más podemos esperar?

Se habla mucho de propiciar un clima de diálogo que haga factible la búsqueda de nuevos acuerdos nacionales, con vistas a renovar aquel estallido de sensatez que puso fin al conflicto armado y posibilitó la instalación de bases firmes sobre las cuales iniciar una verdadera andadura democrática. Todo eso está muy bien. Pero no se eliminan las sospechas ni se superan las desconfianzas con floridos discursos o proclamas de ocasión. Lo que se impone es un consenso básico en torno a qué rumbo deseamos darle al país, sin agendas escondidas y reduciendo al mínimo los efectos de las distorsiones ideológicas y las ansiedades electorales.

Empujar la aprobación de un presupuesto desfinanciado solo contribuye a dinamitar puentes. Minimizar las denuncias de espionaje o mofarse de ellas es otra forma de despertar suspicacias. ¿Hasta cuándo vamos a seguir en esa dinámica corrosiva? ¿En qué momento la politiquería dará paso a la política de verdad, esa que resuelve problemas y consolida democracias?

*Escritor y columnista 
de El Diario de Hoy