El sábado pasado, las redes sociales y algunas cadenas norteamericanas de televisión se llenaron de imágenes de mujeres marchando en Washington, que mostraban desacuerdo con que Donald Trump hubiera tomado posesión del cargo de presidente.
En una marcha de esa naturaleza, uno esperaba ver mujeres de todas las tendencias haciendo notar su inconformidad con las políticas que el flamante presidente había anunciado que pondría en práctica, y que afectarían negativamente los derechos humanos en general y los de las mujeres en particular.
Pocos días antes, empezó a ser viral en Twitter el propósito de algunas organizaciones femeninas pro vida de participar en la marcha. Una “viralidad” que no era de inclusión, sino de exclusión, y no solo por asuntos con respecto a la vida y su protección desde la concepción, sino también por tópicos raciales.
Los foros de discusión fueron las redes sociales. Hubo polémica acerca de asuntos raciales, como decíamos, y en un segundo momento se presentó el tema de que algunas mujeres pro vida querían “colarse” (ese fue el término) en la gran manifestación. Se notaba que los organizadores esperaban cientos de miles de mujeres en la calle portando carteles, pero no estaban dispuestos a que ninguno de ellos fuera pro vida.
La maquinaria de la prensa se puso en movimiento y desde periódicos como The Atlantic se dio la voz de alarma: ¡grupos de mujeres pro vida querían infiltrarse en la marcha!
No estaban preparados para lidiar con mujeres que no “encajaban” en el perfil de lo esperado, sino que eran diferentes: feministas, pro vida y anti-Trump… Y optaron, como exigen ahora las prácticas de lo políticamente correcto, por excluirlas de la marcha.
Paradójicamente, para muchos de los que promovían la marcha de las “excluidas” (como también se le llamó) esa participación era inconcebible, pues ¿cómo iban a aparecer pancartas pro vida en una actividad parcialmente financiada por Planned Parenhood y Naral Pro-Choice America? Una situación que provocó que un periodista se preguntara en una columna de opinión “¿hay o no hay sitio en un movimiento auténticamente femenino para mujeres que tienen una objeción moral contra del aborto?”.
Incluso una influyente feminista, Jessica Valenti, tuiteó que estaba “horrorizada” por la posibilidad de que mujeres pro vida participaran en la marcha.
Como resultado del ruido, hubo más de un grupo expulsado; como por ejemplo “New Wave Feminists” que no solo fue rechazado, sino que también desapareció de la página web de los organizadores, a la vez que estos pedían disculpas por haberlo incluido, reconociendo que habían cometido un error tomándolas en cuenta.
Entonces el New York Times, que ya había tratado las fricciones desde el punto de vista racial, terció en la discusión. En sus páginas dio cabida a mujeres como María Lyon (anti-Trump y antiaborto), vocera de “Women Speak For Themselves” y Charmaine Yoest una veterana de la organización “American Values”. E incluso CNN dio espacio a Erika Bachiochi, una reconocida experta en políticas públicas, que defendía la participación de las mujeres pro vida.
Esas intervenciones en medios reconocidos públicamente como liberales, hizo que muchas mujeres se preguntaran por qué los más fuertes movimientos feministas tenían que promover necesariamente el aborto, e iluminó y dio fuerza al punto de vista según el cual las que están siendo ahora marginadas y silenciadas dentro de dichos grupos, son las personas que en el título he llamado “mujeres de segunda”: feministas pro vida, luchadoras de los derechos de las mujeres entre los que incluyen, por ejemplo, el de la maternidad.
A fin de cuentas, pienso que ha quedado claro que más que arrogante, no hace honor a la verdad decir que las “mujeres” están demandando aborto libre y financiado por el estado, cuando no todas lo hacen, y muchas –incluso– están en franco desacuerdo.
*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare