Cuando un político asume la responsabilidad personal de las decisiones y actos de gobierno que afectan a un país y a sus habitantes, se vuelve en extremo vulnerable. Todo tiene que salirle bien, de lo contrario su imagen de cartón es la única que será incinerada durante las protestas de quienes sufran las consecuencias de sus desatinos. Chávez, gestor del agonizante Socialismo del Siglo XXI y su sucesor, Maduro, son claro ejemplo de ello: nadie menciona como culpables de la catástrofe venezolana a sus compinches Diosdado Cabello y a otros prominentes miembros del clan chavista, solo a las cabezas visibles.
Las nuevas generaciones, por lo menos en los países al sur del Río Bravo, parecen traer en sus ADN políticos una franca repulsión al caudillaje por lo que este tiene de impositivo y amenazador, como pronto lo podrán experimentar los norteamericanos.
No hace falta ser profeta para anticiparse a los efectos negativos que pueden causar las teatrales medidas tomadas, hasta ahora, por el presidente Trump y sus explosivas decisiones, en apariencia, activadas por detonantes compulsivos, como la de haber propiciado la cancelación de su encuentro con el presidente Peña Nieto, su persistente discurso despreciativo hacia el pueblo mexicano; la supresión del canal cibernético en español de la Casa Blanca —una simbólica afrenta contra toda la comunidad hispana, dentro y fuera de los Estados Unidos—. Uno no puede menos que preguntarse: ¿Qué de bueno o provechoso puede acarrear para los estadounidenses la hostilidad, no provocada, hacia países y pueblos que por mucho tiempo han sido prósperos socios estratégicos y firmes aliados en foros internacionales? Porque el agravio no solo va dirigido a los mexicanos, sino también se extiende a los iberoamericanos que comparten raíces, cultura y nexos comerciales con México.
Trump podría estar generando un nuevo antiyanquismo, mucho más virulento que el que siguió a la Segunda Guerra Mundial, por el apoyo que se dio a las dictaduras criollas, por la invasión militar a Panamá y, en general, por la injerencia en los asuntos de política interna de nuestros países. En lugar de “hacer a América grande otra vez”, Trump solo estaría “haciendo odiosa a América otra vez”, si por América él entiende los EE. UU.
Uno se pregunta: ¿Qué efectos geopolíticos tendrán para su país sus anunciados retiros de la OTAN y de la ONU? ¿Qué gana el pueblo norteamericano con que su presidente se esté echando encima el repudio mundial?
Lo que están por vivir los ciudadanos de EE. UU. con la evidente orientación de Trump hacia una especie de Caudillismo del Siglo XXI, ya lo vivimos en Iberoamérica por muchos años, con resultados desastrosos; si no, recordemos a las figuras señeras del caudillismo que Trump parece esgrimir ahora: Perón, Velasco Alvarado, Bucharam, los Castro, Chávez, suma y sigue. Su política económica proteccionista está destinada al fracaso, como el que experimentamos en El Salvador hasta que se produjo nuestro aperturismo al mundo; como lo acaba de reconocer China Continental. Cuando se aplica la protección arancelaria a las industrias y a la actividad económica en general, entre otras, estas se vuelven menos eficientes porque no tienen la espuela que aviva los bríos para su mejoramiento y desarrollo: la competencia. Hasta hace poco China no aplicaba controles de calidad a sus productos de manera que estos, pese a ser baratos, cobraron de inmediato, una pobre reputación en los mercados internacionales. Aunque quizá eso no ocurra en el mercado interno de EE. UU., donde los consumidores son más demandantes de calidades, pero sí puede por otro lado, propiciar una guerra arancelaria internacional en la que este país va a tener que enfrentarse a la artillería comercial de superpoderes económicos, como China, la Unión Europea y otras alianzas mundiales que le darán trato recíproco mientras entre ellos renegocian acuerdos y tratados.
Con la política exterior que Trump promociona, dentro de una economía irreversiblemente globalizada, el aislamiento podría ser total para su país: algo así como apagar la luz propia, mientras todos la mantienen encendida o están haciendo esfuerzos por encender una. ¡Qué pequeño se ve su amigo Putin en este contexto! God save America!
*Periodista.
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