Fue la Eurocopa más larga de la historia. Ampliar el torneo a 24 equipos también hizo más grandes diferencias entre los buenos y los que pretenden serlo. Un mes en el que conocimos que el Sena se desborda, que las huelgas son un deporte nacional en Francia. Conocimos tanto de festejos singulares, como el grito vikingo de los islandeses, como de partidos somníferos.
Cuesta creer que en un encuentro con Modric y Cristiano en el campo (aquel Croacia-Portugal de octavos de final en Lens) no tuviera disparos al arco en 116 minutos. Queda el recuerdo de los equipos organizados para limitar daños y el de Portugal esperando por el error del rival hasta llegar a ser campeón.
Antes del torneo Jonathan Wilson, historiador de las tácticas del juego, ratificó algo que suele quedar olvidado en el furor de las grandes competencias: ya no están para marcar ninguna tendencia. Tampoco para creer que el mejor equipo es el que gana. El campeón se lleva un título a casa, la historia, la gloria, pero no debe llevarse siempre el reconocimiento del mejor equipo porque no siempre gana el mejor. Lo tendríamos que tener asumido, pero algo de romanticismo nos lleva a creer que de las grandes competencias surgen nuevas formas de juego y, con ellas, un ganador que las representa mejor que otros.
Ojala que la Euro de Francia no marque tendencia alguna. Habría mucho insomnio corregido por el fútbol. Francia se distrajo de sus problemas durante un mes. Su presidente, Francoise Hollande, sumido en una crisis de popularidad, fue sensato y lejos de la demagógica postura que le habría invitado a sacar provecho del éxito de un equipo finalista, dijo que el fútbol no resuelve los problemas de un país.
Una de las mejores lecturas en este mes de disfrazándome de residente francés ha sido una entrevista a Lilian Thuram, el jugador francés con más partidos en la historia de la selección. “El fútbol no puede cambiar a una sociedad. El fútbol es la imagen de una sociedad. Y esta es una sociedad cada vez más dividida entre ricos y pobres. Basta con analizar los campeonatos y vemos que ocurre la misma cosa”. Thuram piensa y luego existe como futbolista.
El campeonato francés lo ganó el Paris St. Germain con 31pts de diferencia. La distancia entre unos y otros en Francia hace que Thuram ratifique la teoría de que el fútbol es reflejo de la sociedad de la que proviene. En 1998 Francia ganó el Mundial con un equipo que era una mezcla, casi representativa, de la composición social de este país. Desde entonces Francia toma a ese equipo como el ejemplo del triunfo de la unión social. Desde entonces hay un debate sobre la necesidad de unir a la sociedad. No por el fútbol, sí con el fútbol como ejemplo. Dice Thuram: “Hay sociedades en Europa donde este debate no es tan fuerte…sobre la igualdad, la integración, la historia, el racismo. Esto es fundamental. Porque el primer paso para cambiar las cosas es hablar.” Lo de Thuram y la perspectiva social que se desprende desde el fútbol es muy valioso.
El fútbol es un fenómeno que, bien interpretado, puede ayudar a que empiece la discusión sobre la composición de la fibra social de un país. Divididos por ideologías redundantes, en El Salvador podríamos comenzar a hablar para cambiar las cosas. No con un partido de fútbol como punto de partida, en realidad tampoco necesitamos del fútbol. Hoy el fútbol lo uso apenas como excusa para reclamar que hablemos. De aquellas cosas que aparentemente dividen a nuestra sociedad y en realidad terminan siendo herramientas para alejarnos. Porque la distancia social les conviene a quienes quieren al país para su beneficio. A propósito, Fernando Santos utilizó muy bien a Éder.