Sin Cristiano en la final, la figura de Portugal fue su entrenador. Fernando Santos ha sido el punto de unión del combinado portugués que disputó la última Eurocopa. Su figura fue trascendental para hacer creer que la idea pragmática podía llevar lejos al representante de un fútbol que nunca había ganado nada antes de París. La fortuna y el formato de competencia fueron grandes compañeros de Portugal, pero en Fernando Santos tuvieron a un estratega determinado en convertir a su equipo un una orquesta ordenada, sencilla, sin estridencias. Capaz de ganar sin su estrella. Sin mucha música, pero con un director.
Pero la Euro aparentemente la gana sólo Cristiano. En España se quedaron sin entrenador tras ser eliminados por Italia en los octavos de final. Vicente del Bosque renunció y dos semanas después fue ovacionado por la Asamblea de la Real Federación Española de Fútbol. Ocho años al frente de un grupo de jugadores formidables que asumieron que eran más fuertes a partir del liderazgo de un entrenador.
Fue alrededor de Del Bosque que el fútbol en España, y a veces hasta España misma, coincidía. En los malos momentos recibía críticas por lo que consideran falta de recursos tácticos. En los buenos momentos Del Bosque era el maestro conductor de un grupo equilibrado dueño de un estilo de juego muy representativo ¡de su técnico! Los entrenadores han sido convenientemente menospreciados desde el medioevo del fútbol. Dante Panzeri, director de la reconocida revista argentina “El Gráfico” en la década de los sesenta, los llamaba “ladrones de azul”. Panzeri reducía la influencia de los entrenadores en el juego a su capacidad de elegir a los mejores jugadores y “no hablar para otra cosa que recomendarles a los futbolistas ‘jueguen como ustedes saben’ o ‘hagan lo que tienen que hacer’”. Ahora, en un fútbol donde no existe escuela para enseñar cómo hacer bien las cosas, o que los jugadores “hagan lo que tienen que hacer, ¿cómo se puede explicar un resultado sin la influencia de un entrenador?
Eduardo Lara ha trabajado sin descanso desde el primer día que llegó a El Salvador y ahora, este fútbol carente de escuela física o táctica, consigue dar un paso que sostenga la apuesta del Proyecto Azul y Blanco por el técnico colombiano (el mérito de la FESFUT ha sido estorbar lo menos posible). Debemos aspirar a sueños mayores que ser uno de los mejores tres en un torneo de cinco selecciones, pero con la realidad del fútbol nacional y con el decepcionante historial, clasificar a un Pre-Mundial vale como un sueño.
Tan importante como esta clasificación, sería recuperar la confianza en el deporte y su capacidad de convertirse en motor de unidad y en consecuencia puedan crecer los recursos para el apoyo de las divisiones juveniles. Proyecto Azul y Blanco hizo una apuesta fuerte por Eduardo Lara conociendo de su capacidad formativa en varias generaciones colombianas.
Reconociendo del riesgo que implica introducir a un entrenador en un medio celoso, extremadamente condicionado al medir el éxito o el fracaso en función a un marcador al final de un partido. Un medio hostil con los entrenadores, pero más si son de afuera. No se puede reducir la clasificación a únicamente a la ingerencia de Lara, pero su ha sido trascendental y esto es innegable, a menos que moleste por el hecho de ser extranjero. Ahí el problema sería otro y mucho más complejo.