En 1993 las Autodefensas Unidas de Colombia y las FARC se entrelazaron en una guerra cruenta en Zaragoza, pleno nordeste antioqueño. Oscar Figueroa recuerda a su madre, Doña Ermelinda Mosquera empacar las pocas cosas que tenían en cajas y bolsas plásticas y salir despavoridos, junto con sus otros tres hermanos, del municipio en donde habían nacido.
En ese entonces Antioquia se sumía en un baño de sangre perpetrado por Fidel Castaño. Para una madre soltera como Ermelinda era preferible irse a la casa de unos familiares en Cartago que quedarse en su pueblo famoso por sus inagotables vetas de oro. Vivieron en una casita en un barrio de invasión cuyo arriendo lo pagaba Ermelinda haciendo aseo en casas ajenas.
Oscar estaba feliz con el cambio. No tuvo ningún problema para adaptarse a sus compañeros vallunos y empezó a destacarse como un delantero veloz y potente. Sin embargo no sería con el fútbol con el que le compraría una casa a su mamá. Por consejo de su profesor de educación física el niño, que pesaba 34 kilos, se dedicó a las pesas.
Tenía potencia para levantar pesos que lo triplicaban. No demoró mucho tiempo para que abandonara los estudios y por la motivación del entrenador de la liga vallecaucana de halterofilia, Jaiber Manjarrez, se fue a Cali a dedicarse de tiempo completo a las pesas.
Su figuración en un campeonato nacional en el 2001 le dio la posibilidad de abandonar el cuartico oscuro en donde vivía para asentarse en Deportel, el hotel para atletas que subvenciona Indervalle. Un año después, en Grecia, se convirtió en campeón mundial juvenil y de paso confirmó los buenos augurios que se tenían sobre él. Con la plata que le dieron le compró una casita a Doña Ermelinda. Ya nunca más volverían a pasar hambre.
Iba por buen camino. En Atenas 2004, a los 21 años, parecía que iba a ser el campeón olímpico más joven de la historia. Pocos meses antes de la olimpiada una lesión en la espalda amenazó con volverlo cuadrapléjico; si continuaba practicando el deporte que tanto amaba terminaría en una silla de ruedas. Todos los caminos se cerraron y el único que se abría era el de ser soldado de Colombia. Un año después, asqueado de las balas, las armas y el miedo, se decidió por las pesas así muriera en el intento.
Le costó volver pero en el 2007 se clasificó a las olimpiadas de Beijing con un puntaje histórico. En plena competencia otra vez apareció el dolor en la espalda y otra vez quedaba al margen de unas olimpiadas por un problema físico. Maria Isabel Urrutia creyó que no estaba lesionado, que fingía, que “estaba aculillado”, pero no sabían de qué material estaba hecho Oscar Figueroa. Se fue con todo contra los que lo subestimaban y así fue Campeón del Mundo de mayores, y en el 2012 medalla de plata en Londres.
Ahora, con 32 años, va a por todo por la ansiada medalla de Oro en Río. Para aspirar a ella no sólo ha tenido que soportar lesiones sino hasta un fallo judicial: en junio de éste año un juez lo encontró culpable de falsa denuncia y lo condenó a 19 meses de cárcel. Gracias a no tener antecedentes penales le conmutaron la pena. Nada lo alejó de su sueño de ser campeón olímpico.
Respaldo verde-olivo
Con 21 años de edad, Óscar quería ser parte del Batallón de Ingenieros de Palmira, Valle, pero una curvatura grado segundo en su espalda le impidió realizar el sueño de una carrera como oficial del Ejército. Óscar estaba abatido hasta que se topó con un militar que sabía de su talento deportivo y le dio una idea para hacerse militar sin dejar las pesas.
Se trataba del sargento viceprimero del Oswaldo Pinilla Rueda, adscrito al batallón de Palmira y al mismo tiempo entrenador de pesas en el Ejército. Pinilla le propuso a Figueroa que se vinculara como soldado regular y que una vez dentro de la fuerza él buscaría la forma para que continuara entrenando. Dicho y hecho.
El 12 de abril de 2014 Figueroa se incorporó y de inmediato empezó a entrenar en el gimnasio del batallón al tiempo que cumplía con la rutina de instrucción militar. El Sargento Pinilla de día era su superior en las filas y, de noche, su entrenador deportivo. El rendimiento deportivo de Figueroa fue tan impresionante que aún antes de jurar bandera fue convocado para hacer parte del equipo nacional de halterofilia que representó a Colombia en los Juegos Olímpicos de Atenas, donde alcanzó el quinto lugar.
De regreso en Colombia se incorporó de nuevo al batallón y continuó alternando su servicio militar con las pesas, ambas actividades bajo la batuta del Sargento Pinilla, quien no dudó en influir entre los superiores para conseguir que el deportista pudiera continuar con su rutina de entrenamientos a pesar de los deberes militares.
En 2006 Figueroa concluyó sus dos años como soldado regular y se quitó el uniforme aunque mantuvo una cercanía con el batallón donde era reconocido y apreciado por todos. Constantemente iba a entrenar con los militares y siempre que algún oficial le pedía que hablara frente a los jóvenes reclutas, él aceptaba.
El Sargento Pinilla seguía de cerca los entrenamientos de su pupilo. Y volvió a ser clave para Figueroa cuando en 2008 tuvo una lesión durante los Olímpicos de Beijing. El pesista cayó en una crisis y seis meses de inactividad por traumas en su muñeca y una hernia discal en la columna.
La crisis se agravó por los constantes desencuentros con el entrenador búlgaro Gantcho Karauskov, director de la selección nacional y criticado por muchos deportista que lo acusaban de causarles lesiones con excesivas cargas durante los entrenamientos.
El choque entre Figueroa y el búlgaro escaló al punto de que el deportista terminó enfrentado con buena parte de las directivas. Su temperamento complicó aún más las cosas e hizo que fuera despreciado por los pocos periodistas deportivos que se ocupaban del tema. Cuando todo el mundo le dio la espalda a Figueroa, Pinilla estuvo ahí.
Para entonces ya había dejado el Ejército también y estaba dedicado por completo a entrenar deportistas. El exsargento sabía que podía conducir a Figueroa y pulir al máximo su técnica y tenacidad. Se lo propuso y la idea es lo mejor que le ha pasado a Figueroa en su carrera.
El pesista se llenó de determinación para superar las lesiones y pronto volvió al arduo trabajo deportivo, esta vez de la mano de quien mejor conoce sus virtudes y defectos. “La medalla de oro es mitad de mi sargento Pinilla y mitad de mi hermano, sin él Óscar nunca habría llegado a tanto”, dice Wilson Figueroa, también sargento del Ejército y hermano del medallista olímpico.