CIUDAD MERLIOT. “Vamos, Kevin, vamos. No se detenga, vamos. Hay que terminar, Kevin, vamos”. Era el grito imparable hacia Kevin Salazar, un pequeño de 12 años que tomaba su prueba de 25 metros libres. Su 1.18 metros de estatura lo hacían parecer de mucho menos edad, pero su esfuerzo lo engrandeció ante todos.
Los presentes en la natación, de los Juegos Nacionales de Olimpiadas Especiales (OEES), lo alentaban desde los graderíos o alrededor de la piscina. Kevin, quien participó en su primera competencia a este nivel, era el ejemplo de que todo se puede lograr. Se detenía por momentos, para tomar un impulso; y por instantes, intentaba sostenerse de las boyas.
Los nervios aparecían entre el público. Los compañeros de la final terminaron la serie, pero a él le restaban unos metros que cumplir. Hasta que lo logró.
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Hubo un aplauso para este atleta, quien llegó a la meta y demostró que no hay límites. “Tengo frío, mamá”, decía entre dientes tiriteantes. Su sonrisa y la bienvenida de su madre Carolina borraron todo y complementaron la escena.
Así como Kevin, quien manifestó que “el agua estaba helada” y que estaba “feliz, contento” por su presea, el resto de atletas luchó mucho para entregar su “todo”.
La piscina del Polideportivo de Ciudad Merliot fue llenándose así de campeones. Cada vez que subían al podio, en una jornada de finales, los aplausos llenaban su corazón.
Alegría de estar vivos
También hubo tiempo para que muchos se encontraran de nuevo. Como Karla Argueta, de La Unión, y Edgar Pérez, de San Martín, primer lugar en 200 metros y segundo en los 800. Ambos asistieron a los Juegos Mundiales de Los Ángeles 2015, y para esta nueva justa volvieron a verse. Recordaron sus momentos en suelo estadounidense y se felicitaron y abrazaron.
En esos momentos, a sus espaldas también se seguía escuchando el grito de batalla del entrenador Jesús Valencia: “Duro, duro, duro”. El aliento incansable que aparecía en todas las series.
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Y destacó, de igual forma, la historia de Ramón Roque, de la Escuela Especial de San Vicente, quien -con 22 años- nada con una válvula en su cabeza y ganó los 50 metros libres.
Es un joven que trabaja “en un pequeña tienda, ordenando bebida, gaseosas, churros, de todo” y deja espacio “para seguir nadando”. Además, hace piñatas, flores, pulseras en los talleres de la escuela.
“Es un orgullo para mi nadar, aunque el doctor me dice que lo deje por mi problema. Pero esto es para Dios, mi familia, y contento por poner por lo alto a la escuela”, se sinceró. Y añadió: “Siempre lucho por las metas que me ponen, y doy lo mejor de mí”.
Su entrenador, Joaquín Castro, contó que su madre murió en el parto y tardó de tres a cuatro años en comenzar a soltarse en la natación. Pero este viernes, fue un chico que subió a lo alto del podio. Al primer lugar, ese desde el que se sintió “orgulloso” de ser quien es, igual al resto de atletas.
#DiaDeLaSolidaridad Gracias a los que donan su tiempo desinteresadamente para ayudarnos a cumplir nuestras metas pic.twitter.com/wCo0uoiU2h
— OlimpíadasEspeciales (@OlimpEspeciales) 26 de agosto de 2016