Todo lo que quería Juan Pablo Gálvez era ser titular en el equipo de vóleibol. Así empezó todo. “Mi 1,70 m. no me ayudaba mucho, así que pensé que para que me metiesen tenía que tener algo diferente. Tenía que ser por mejor condición física que el resto, ya que por altura perdía… los demás eran muy altos. Empecé a correr para mejorar mi condición física y tratar de ganarme un lugar…”, explica.
Al final, nunca logró ganarse la titularidad en el equipo de vóleibol del Club Deportivo pero en cambio se transformó en un maratonista y triatlonista que ha dejado huella. Corrió varias maratones importantes como la de Chicago y Nueva York, el Ironman de Hawaii, el Maratón de Sables en el desierto de Sahara y Las 100 Millas del Himayala.
Y pensar que querías ser voleibolista…
En casa siempre fuimos deportistas. Mis papás apoyaban el deporte. Mis hermanas jugaban vóleibol y squash. Sí, lo mío era el vóleibol, pero después, cuando me di cuenta que aun siendo físicamente mejor no iba a poder ser titular en voleibol, me reorienté.
¿Cómo fue el salto al atletismo?
Me di cuenta que lo que importa es superarse a sí mismo. Me empezó a gustar eso de correr. De repente salió una triatlón en Apulo. Eso fue hace 25 años y fue mi primera competencia. Yo no tenía bicicleta, la noche antes un amigo de mi hermana me la prestó. Mi padre iba cuidándome con el carro.
¿Qué tal esa primera experiencia?
El pavimento del Bulevar del Ejército estaba todo derretido y eran como olas de asfalto. Salí vivo. Me fue bien. Era de esas competiciones que les daban medallas a todos. Entonces me empecé a empilar. Pero fue hasta que me gradué, cuando ya estaba en la Universiad, que conocí a José Luis Cuevas, un gran amigo que había hecho el Ironman de Hawaii. Él fue el primer salvadoreño que había hecho eso. “Yo lo quiero hacer”, le dije… En ese momento estaba frustrado.
¿Por qué?
Estaba mal porque no pude participar en los V Juegos Centroamericanos, que se realizaron aquí, ya que me estaba recuperando de un accidente: me habían atropellado en un triatlón en Santa Ana. Para ese entonces me enfoqué en larga distancia, resistencia. Empecé a aplicar a los Ironman. Cuevas ya lo había hecho tres veces y quería buscar nuevos desafíos, así que entonces esa plaza estaba abierta. Apliqué y quedé.
Un gran reto…
Un reto enorme, se lleva a cabo en la isla de Kona. Eran 3.8 kilómetros nadando, 180 en bicicleta y cierras con una maratón de 42 kilómetros. Lo hice en más de 12 horas y media. Volví al siguiente año, y curiosamente tarde 45 minutos más. Lo lógico es que uno mejore el tiempo, pero son carreras tan largas que muchas cosas te afectan.
¿Y después?
Luego me casé, en 1998.
Uhhh
Nooo, no fue un problema. Logré mantenerme activo, incluso logré contagiar a mi esposa, que empezó a correr también, incluso logró hacer una maratón. Corrimos la de Orlando, que es muy interesante porque se trata de la Maratón Disney. Fue bonito porque la corrimos en familia. Mi hija corrió los 5k, mi esposa los 21 y yo los 42. Yo dije: “quien no corra, no viaja a Orlando”. Hay que ponerle incentivo a todo, así que compartimos lindos momentos.
Después los maratones ya te quedaban chicos…
Bueno, ya había hecho un par de maratones, como la de Miami un par de veces. Pero ya empecé a pensar en otra cosa. No le quito mérito a un maratón, mis respetos, son 42 kilómetros con 195 metros de esfuerzo y dedicación, mental y físico. Pero empecé a ver las ultras, que son más exigentes…
¿Y entonces?
Apareció la Maratón de Sables, en el desierto de Sahara. Me inscribí en el 2011 y me rechazaron. Ahí no te explican por qué. Me puse a pensar que a lo mejor mi currículum de maratones no era suficiente. Hice una ultra maratón aquí en El Salvador de 50 kilómetros, que era de aquí al aeropuerto. Luego fui a Nicaragua a otra de 50 Km a la isla de Ometepe, que era un poco más de trial, ya que era en el monte… La segunda vez volví a insistir y agregué esas dos ultras en mi historia.
¿Esa era la clave?
Debió serlo, porque me aceptaron en el 2012 para ir a correr la edición de 2013. Es en Marruecos, en pleno desierto de Sahara. Es una vivencia espectacular. Son 240 kilómetros de una dinámica muy especial. Aquí, por ejemplo, no te dicen cuántos kilómetros vas a recorrer, sabes más o menos… Son seis etapas en siete días. Las primeras tres son entre 28 y 35 por día. La cuarta es la etapa larga, entre 70 y 90, que se hace en dos días. La quinta es el maratón de 42 y la sexta es lo que haga falta…
¡Son 240 kilómetros en una semana! ¡Y en el desierto!
Es una carrera de autosuficiencia, porque además tú tienes que cargar en una mochila todo lo que creas que vas a necesitar durante todo el recorrido. Esto es comida, cuestiones de higiene, etc. Lo único que te da la organización es agua y una tienda para dormir. Incluso el agua es limitada: 7 litros por día.
¿Y tú tienes que cargar todo?
Todo. Si un día se te olvidó la cocinita o la bolsa de dormir, esa noche duermes sin eso y comes frío. Así durante los siete días. Comíamos sopas Maruchan, un poco más sofisticadas, pero al final era eso: calentabas agua, la echabas en una bolsa y ahí se reproducía el pollo, el arroz, etc. Ahí trabajé con Rocío Rivera, que era mi nutricionista, para tener cierta cantidad de calorías y carbohidratos que se requiere. La organización te pide que consumas al menos 2,000 calorías por día. Además te obligan a llevar una luz de bengala, un espejo, una brújula, una lámpara, una vacuna por si te pica un animal complicado… Y todo eso hay que llevarlo en la mochila.
¿Cuánto afecta el calor en el desierto?
Es fuerte. Arriba de 40 y 45 diarios, pero uno se acostumbra. El problema es la diferencia de temperatura entre el día y la noche, porque baja mucho, como al 10 o 12 grados cuando cae el sol. Uno duerme con el motor encendido porque es imposible que se puede relajar de todo. O estas demasiado cansado y no puedes dormir o estás demasiado emocionado y tampoco puedes dormir… Y además ves las cosas que les pasan a los otros corredores: heridas, ampollas…
¿Hay compañerismo a ese nivel?
Mira, lo más gratificante es la gran caballerosidad entre los competidores. No es que sean gentiles. Si alguien te preguntas si estás bien, y dices que sí, ya estuvo. No te van a estar preguntando diez veces. Incluso hasta a veces se comparte el agua. Dar líquido en el desierto es como dar un billete de 100 dólares. No abunda. Nunca te sobra el agua. Yo gastaba parte del agua en lavarme los dientes, hay gente que ni eso. Optimizan el agua al máximo.
¿Estuviste cerca de rendirte en algún momento?
No, y creo que fue porque me preparé muy bien. Un amigo español me dio muchos consejos, y el apoyo físico desde aquí fue muy bueno. Yo me había entrenado corriendo en la playa, al mediodía, con mochila y zapatos, pero no es lo mismo. Hay momentos de desesperación, eso sí. Además, por la misma naturaleza del desierto cambia la forma de correr, tienes que cuidar la espalda. Me iba reservando para los últimos días. Fue una experiencia impresionante, corrí en abril de 2013 y hoy todavía tenemos un grupo de Whastapp en el que seguimos comunicándonos.
¿Es la más dura de las que corriste?
Cada una es diferente. Es como los hijos, todos son especiales. A mí me marcó mucho por ser la primera.
¿Y Las 100 Millas del Himalaya?
Eso es Imponente. Imagínate, correr y al mismo tiempo ver cuatro de los cinco picos más altos del mundo. Esa fue más corta, 160 kilómetros, pero en otras condiciones, con altura y frío. La falta de oxígeno se siente. Como preparación, fui al maratón de México, ya que quería correr en altura. Aquí no hay. El cráter del volcán de San Salvador tiene 1,800 metros, pero ahí no se puede correr. Fue una buena preparación, ya que el promedio en el Himalaya era de 3,100 de altitud.
Aun con esa preparación, ¿los efectos de la altura se sienten?
Sí, claro. Llegas a picos de 3,600 metros. Es impresionante cómo la altura te puede afectar. El estar subiendo caminos inclinados uno nota la exigencia. Llegábamos exhaustos para recuperar el aliento. Terminé séptimo en la general. El frío era impresionante. Aquí si te ayudaban, te llevaban la maleta. Es más, al cruzar la meta te asiste una persona: te meten como en un cuartito y te ayudan a secarte y a abrigarte. Ese fue mi reto de 2014.
Luego viene Corriendo sin fronteras, en 2015.
Sí, otro desafío grande unir Ciudad de Guatemala y San Salvador corriendo. Piensa que es un poco más de un maratón diario. En carro hice ese trayecto un sinfín de veces. A veces hacemos cosas en Asia o en Africa, y me pregunté: ¿por qué no hacemos algo aquí? Guatemala no está tan lejos. Eran 240 kilómetros.
Igual que Sables
Sí, pero en el Sahara los hacías en siete días. Aquí eran solo cinco. La idea era hacer un recorrido emblemático, por eso empezamos a dividir los segmentos. Salió 43 km el más pequeño y 47 el más largo. Es decir, era algo más de un maratón diario. Guatemala es un país hermano, vecino, y con el que hemos tenido buenas relaciones y, además, mis familia es de Guatemala. Soy salvadoreño, pero mis dos padres son guatemaltecos. El los se vinieron a vivir aquí hace 47 años y yo ya nací aquí. Fue muy emotivo, diferente a todo por lo afectivo. La entrada en El Salvador del Mundo fue impresionante, ver el apoyo de tanta gente…
¿Además de correr te queda tiempo para el trabajo?
Claro, porque no vivo de esto. Pero sí trato de motivar a la gente. Yo no quiero vivir más años, lo que quiero es que los años que viva, los viva mejor. Puedo transmitir esta motivación a gente para que se ponga una meta, establezcamos un proceso y que nos comprometamos en hacerlo. Pueden ser metas deportivas o no. Por ejemplo, aprender un idioma, comprar un carro, terminar la universidad, bajar de peso. Como salvadoreños tenemos una actitud muy positiva, hemos tenido problemas naturales que nos han bombardeado, y yo estoy seguro que lo que nos ha sacado adelante es la actitud del salvadoreño. “Hey, vamos, de que salimos, salimos”, es el lema. La idea es poder visualizarte en la meta. Hay que creérsela. Con respecto al tiempo de trabajo, es cuestión de organizarse.
¿Se puede?
Sí. Soy ingeniero mecánico, graduado en la Einstein, y trabajo en la industria alimenticia. Me enfoco en el control de calidad de molinos de harina, y veo máquinas de empaque y detectores de metales para procesos alimenticios. Luego saqué un técnico en el ITCA y después hice un postgrado en la Universidad de Católica de Chile y estuve un año en Alemania. Por mi trabajo me toca viajar mucho por Centroamérica y el Caribe y trato de meter los tenis en la maleta. Y cuando puedo, salgo a correr.
¿Y tu alimentación?
Trato de comer de todo, a pesar de que tengo una dieta. Ya tengo arriba de 44 años…. Trato de hacer natación, la bicicleta me relaja, y ambas cosas me sirven para competir en triatlón con varios de mis amigos. Mi hija juega tenis, y de vez en cuando juego con ella. ¿Fútbol? No. Soy aliancista, soy Barcelona, soy Bayern… Y, lo más importante, soy 100% Selección Playera. Veo que son personas que le ponen ganas, se la creen. Por ellos meto las manos al fuego, con los otros no.
Y ahora se viene la Muralla China…
Sí, participar del Maratón de la Gran Muralla China, que es el 21 de mayo. No es trayecto que te va a permitir hacer el mejor tiempo, ya que esos 42,195 metros tienen una dificultad extra: incluyen 5,264 gradas que tienes que superar para llegar a la meta. Es cierto que no existirá el calor del desierto de Sahara o el frío y la altitud del Himalaya, pero igualmente es interesante. El reto es el recorrido como tal, un escenario tan emblemático como la Muralla China. Nos explicaron que el 30% es sobre la muralla. El otro 70% es recorrido que unen segmentos de la muralla con otros, y también se pasa por aldeas vecinas. Es que hay partes de la Gran Muralla que no se puede correr.
¿Y cómo te has estado preparando?
Esa es la parte más interesante. Para este maratón no puedo ocupar el mismo entrenamiento del Sahara, tampoco el del Himayala y mucho menos el de Guatemala-San Salvador. Aquí la clave son las gradas, así que estoy haciendo gradas a lo loco en el Flor Blanca. Bajar y subir, bajar y subir…
Como Rocky…
Sí, tal cual. Bajar y subir, bajar y subir… Así vamos acostumbrando al cuerpo a eso. Para esto tengo que agradecer a Powerade, Herbalife y Dolocrim, que siempre me están apoyando. No me sirve correr en subida, porque en una subida de 10 metros puedes dar 10 pasos, o 12 u 8, y da igual. Pero si tienes 10 gradas, son 10 pasos; no puedes hacer 8 ni 12. Además, te aconsejan que no subas gradas de dos en dos… Por si fuera poco, las gradas de la muralla, por tratarse de una estructura tan antigua, son irregulares en cuanto a la altura y a la profundidad. Hay que llegar bien entrenado para no tener problemas.
¿Y ya pensaste algo para 2017?
Algo hay… El año pasado logré hacer un buen tiempo en el maratón de Nueva York y con eso creo que puedo clasificar a la de Boston, que es la mamá de los maratones. Debajo de Boston están las Big Five: Chicago, New York, Londres, Berlín y Tokio, que se llaman majors. Son las grandes ligas. En Boston, no te basta con pagar la inscripción. Si no tienes el tiempo, no puedes. Esperemos estar ahí en abril del próximo año. Me gustaría completar las cinco majors, de las que ya hice New York y Chicago. Y hay más…
¿Más?
Sí, hay retos. Otro es competir en el desierto de Atacama, en Chile. En realidad es uno de los cuatro eslabones de una serie que se llama “Four Deserts”. Los otros son en Gobi (China), Sahara (Namibia) y Patagonia (Argentina). Si logras los cuatro, se te abre la puerta para correr en la Antártida. Se le llama desierto de la Antártida, no porque haya arena sino por lo inhóspito, por la “inexistencia de…“.
Entonces, ¿hasta la Antártida no paramos?
Si el cuerpo lo permite…