Era domingo y David Corbett, un farolero del Támesis de 26 años, paseaba al perro como lo hacía todos los domingos. Pickles ya conocía el recorrido por el que su amo lo hacía caminar. Las calles de Norwood, al sur de Londres, vivían la tranquilidad de cualquier domingo por la mañana. Hasta que Pickles se alejó de Corbett para escudriñar el contenido de una bolsa de papel apoyada contra el neumático del auto del vecino. Pickles acababa de encontrar la Copa Jules Rimet que había sido robada de una exposición en un salón de Westminster una semana antes. Quién tiene un perro que nos encuentre, no una copa del mundo, el camino.
No tenemos, ni tendremos un Pickles. En El Salvador el camino al Mundial tiene fin el 6 de septiembre, coincidente con la fecha de caducidad de esta Selección nacional. Siempre que se juegue como el viernes, no hay motivo alguno para ilusionarse con pasar esta ronda. Tampoco para ofenderse por reconocer la realidad. Esconderla sería acompañar a quienes venden opiniones rentadas desde los cavernosas cabinas de radio. El cariño a la Selección no está acompañado del engaño.
Por momentos el viernes, El Salvador tuvo fútbol para ganarle a Honduras. Por momentos, Honduras generó ocasiones para ganarle a El Salvador. Cuando a un equipo el fútbol le llega, apenas por momentos, habrá que preguntarse si en realidad es un equipo en toda su extensión, o es una colección de jugadores. A Honduras no le quedan ni las sombras de una selección con personalidad, apenas una idea limitada a las potencia individual. Este equipo de Pinto, es reaccionario, por impulsos, no es más que una versión desteñida de su historia. Los nuestros no están lejos de la peor versión en la historia de la Selección.
El equipo nacional tiene lo que tiene como consecuencia del fútbol lento, sin orden táctico, ni virtudes técnicas del que proviene. No es un equipo con jugadores experimentados, ni expuestos a los escenarios adonde tendrá que disputarse el reto imposible de llegar al Hexagonal. Tampoco es un equipo preparado para ganar.
Puede aguantar un partido, mantener el trámite, hacerlo feo inclusive, cortado, brusco y bruto. Todo para no perder o hacerlo por poco. Pero ganar no es una responsabilidad para la que tenga cimientos. Fue Honduras la que permitió, desde el temor a perder, que la Selecta cruzara la mitad del campo.
Esos momentos, cuando El Salvador juega en el terreno rival, es cuando uno recuerda lo que fue y lo que puede ser la Selecta. Nadie discute que hay talento, porque el jugador salvadoreño tiene juego. No cuenta con las herramientas para desarrollarlo y con esto volvemos a la base: la construcción del jugador. El martes la Selecta puede ganar en San Pedro Sula. No es un resultado que, conociendo el rival, sea descabellado imaginarlo. Dos equipos que viven “de momentos”, quedan expuestos a que en esos agujeros negros en los que su fútbol desaparece, el rival les gane el partido, o lo empate.
Ganar el martes puede servir para poco. Un triunfo no resuelve nada en el fútbol nacional. No dará comienzo a un movimiento para la instalación de centros de entrenamiento en las tres zonas del país, no profesionalizará a los equipos de fútbol, no construirá mejores campos de juego, no inaugurará la escuela de entrenadores, no modificará los estatutos de la Federación. Ganar, para lo que pueda servir, apenas prolonga lo inevitable. Los siguientes partidos son en Vancouver y ante México en el Cuscatlán. El fútbol no le da cosecha a quien siembra, “solo de momentos”.