Azul y blanco, mezclados, hermanados por el fútbol, el Olímpico Metropolitano de San Pedro Sula vivió una fiesta entre hermanos la noche des este martes. Quizás no fue lo mismo que en el Cuscatlán, donde los catrachos se hicieron sentir desde temprano, los cuscatlecos, aislados, no se quedaron atrás.
Juntos, pero no revueltos, ambas aficiones se mezclaban y competían, desde temprano, por ver quién apoyaba más a su selección.
De Santa Rosa de Lima, San Miguel, San Salvador, y hasta de Sonsonate, los salvadoreños fueron uno solo en el Olímpico. Había compatriotas que viajaron también de Estados Unidos para vivir la fiesta y regresar con la sonrisa plena del deber cumplido al equipo de todos.
Ahí estaban los Jiménez, los Tévez, los Sánchez y los Ocampo, una familia de padre hondureño y madre salvadoreña que vivió una noche de fútbol y entrega y que ondeó ambas banderas, sin distinción de nacionalidades.
Bajo un cielo gris y un clima caluroso, grandes, chicos, mujeres, hombres, en silla de ruedas, con muletas, todo se valía para llegar hasta el coloso catracho. Con la “H” al pecho, con el “ES” también, el color azul predominó. Los saludos amistosos, también. Adentro, el sonido clamaba sin cesar “hoy tenemos que ganar”; afuera, la respuesta salvadoreña era la esperada, incluso acompañados por algunos locales.
Pedro Martínez, uno de ellos, se sintió salvadoreño por un momento. Con esa complicidad extraña que brinda el fútbol, se mezclo entre los cuscatlecos para gritar “El Salvador, El Salvador”. Él le va al Primi, dijo, y eso lo “obligó” a venir al Olímpico. No es de menos, es Motagua de corazón, el equipo catracho que hizo más grande el técnico del combinado salvadoreño, la hinchada que “le perdona todo al Primi, o al “Indio” Maradiaga”, como le dicen algunos sampedranos.
El Olímpico no es igual al Cuscatlán. Salió la Selecta a la cancha casi en incógnito, apenas unos pitidos tímidos y nada de recordarles a su progenitora. Salió la Azul y Blanco salvadoreña de la cancha tal y como entró, sin el marco que se oye en el coloso de Monserrat cuando sale el rival.
Quedó claro que el hondureño no abandona a su equipo, a pesar del pesimismo de días anteriores. Respondió la afición local al llamado de su equipo. Tres horas antes del juego, estadio ya daba visos de que tendría un marco considerable de personas. Una hora antes, los sectores populares y preferenciales casi estaban copados.
Así vivió el Olímpico el partido de anoche. Así celebró el fútbol una fiesta más en este camino rumbo a Rusia 2018. Uno salió sonriente; el otro tendrá que esperar un tiempo más para iniciar un sueño llamado Mundial.