Es nuestro orgullo

Joel Aguilar Chicas fue elegido como el mejor árbitro de la Concacaf en 2015

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Joel Aguilar Chicas resolvió sin problemas la final de la Copa Oro 2015. Foto EDH

Por Manuel Cañadas | Twitter: @Memecanadas

2016-01-24 2:40:00

La Concacaf galardonará a Joel Aguilar Chicas como mejor árbitro de la región en 2015. En una votación entre los entrenadores y capitanes de las selecciones masculinas y femeninas de las diferentes federaciones, así como los medios de comunicación y los aficionados, el salvadoreño ganó el reconocimiento por encima de sus colegas mexicanos Roberto García y Fernando Guerrero.

Ya lo de Joel no nos sorprende pues forma parte de la elite mundial del arbitraje y, sus actuaciones son elogiadas en diversas latitudes, donde le toque impartir justicia futbolera. Ha llegado a un lugar donde nunca antes ningún salvadoreño accedió, desde pitar finales de Copa Oro, en la Copa América e impartir justicia en el Mundial de Brasil lo cual fue histórico para el arbitraje nacional. Pero este año, gracias a su propio esfuerzo, ha rebasado las expectativas, accediendo a un desfiladero donde solamente llegan los grandes para convertirse en nuestro embajador deportivo. Es que resulta gratificante cuando en las cadenas internacionales de televisión nos muestran a la tripleta arbitral y el central es un salvadoreño: Joel Aguilar Chicas para más señas.

Por eso ahora que un organismo internacional nos lo muestra como el mejor, debemos sentirnos muy orgullosos. Apreciado ya no por su grandeza como árbitro sino por su don de gente y caballerosidad, es de los pocos, quizá el único árbitro salvadoreño de la actualidad que ha logrado interpretar que se puede pitar un partido sin ser pedante ni soberbio, salir de la cancha siendo cordial con vencedores y vencidos. En nuestro país, con tantos años viendo fútbol, he rendido mi admiración a un póquer de soplapitos nacionales, que puedo calificarlos como excepcionales, aunque deben haber más. 

Disfruté al más humilde de todos, don Ricardo Méndez, lo vi imponer su autoridad en una época en que no existían las tarjetas. Todos le obedecían sin chistar y una noche luego de pitar un clásico Alianza-Universidad y haber puesto a temblar a más de 30 mil almas, lo vi tomándose un café en un guacal en la cuneta frente a la tribuna del Flor Blanca, en un acto que me pareció surrealista. Irradiaba tanta modestia como méritos tenía, uno de esos personajes que si algún orgullo se pueden permitir es el de la humildad.Otro fue Joaquín WaldoPolío, al que me tocó sufrir, la antítesis del árbitro, todos quieren salir de la cancha inadvertidos, pero Waldo era al revés, su carácter histriónico no se lo permitía, pero sabía aplicar las reglas con autoridad.

No amagaba las tarjetas y las esgrimía con gran estilo, quizás se sentía gratificado con el ultraje y si se equivocaba era por cuenta propia y no por razones externas. Gran amigo, toda vez que no fuera dentro de la cancha. Carlos Ortiz Cardoza, por su parte era de una solemnidad hasta teatral, acertado siempre y con una corrección de caballero medioeval.

Ellos han tenido en común que esas venerables señoras de cabellos grises que los llevaron nueve meses en sus vientres fueron las mas recordadas por mucho tiempo; pero el que ha llegado más lejos ha sido Joel, a quien la FIFA, por ser salvadoreño, debe vigilar celosamente, para concluir que es de los más confiables por capacidad y honestidad. Y es tan versátil que sabe bailar muy bien al son que le toquen y en las pistas de baile que sean. Ejerciendo su profesión en un medio que se caracteriza por la lentitud exasperante, debe viajar a latitudes donde la dinámica es intensa, los partidos son más fluidos y hay menos roce, lo que lleva a menos sanciones disciplinarias y más trabajo de la parte técnica, por lo tanto debe aplicarse al máximo para no quedar fuera de foco. Lo hemos dicho, Joel Aguilar Chicas nos tiene orgullosos, pues ha demostrado su excelencia, adaptándose con suma facilidad, a diferentes ritmos, como el avezado bailarín que del ritmo romántico y cadencioso de un bolero, pasa sin inmutarse a los arrebatos delirantes de la quebradita.