No había asumido la presidencia, es más, no había llegado aún a una vida política. Era Paquito nada más. Fue con esa persona con la que hablé un día tras una de mis ingenuas sesiones de entrenamiento como atleta juvenil. Le explicaba qué deporte practicaba, de qué trataba el atletismo. No tenía por qué interesarse por mi respuesta, pero escuchó atento. Después, fue el presidente Francisco Flores. Con él también charlé sobre deporte y la relevancia de este para la sociedad en general. Fue un año antes de los Juegos Centroamericanos y del Caribe que organizados en nuestro país. También entonces se interesó en la charla y mis respuestas.
Francisco Flores fue el último presidente salvadoreño en comprender el verdadero impacto que provoca el deporte en la sociedad. La capacidad de servir como agente de cambio del autoestima nacional. En un país como el nuestro, asumir el desafío de organizar unos Juegos como los del 2002 requiere de una visión especial. Su gobierno no fue el que asumió el compromiso, pero fue su presidencia la que se exigió para hacerle frente. Sin ser un deportista, creyó en el deporte.
En este momento en el que la extrema polarización nos condena a frenar las ideas de progreso como sociedad, reconozco que hablar bien de un personaje político no es popular. Esta opinión no trata ganar la admiración de nadie, ni tampoco disculparse por ser su verdad. Es irrefutable que el interés mostrado por los Juegos del 2002 y en consecuencia, la inversión hecha en el deporte por ese gobierno del presidente Flores, no ha tenido sucesor. Tampoco se ha superado su acción, expresada como intención cuando asumió la presidencia: “el deporte es educación y salud. Por ello el deporte es una parte importante de nuestro gobierno”. Habrá que esperar por otro presidente, y otros gobiernos que se interesen por las respuestas que ofrece el deporte.