Gracias Ramón

Una columna de Fernando Palomo

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Por Fernando Palomo | Twitter: @Palomo_ESPN

2016-02-21 7:13:00

Muchas veces he dicho que mi gran escuela de formación, en esto de la narración deportiva, fue el Canal 4. Entiéndase, no como romanticismo nostálgico, ni un cumplido obligado: es la verdad. Hacer deporte en televisión en los ochenta que vivía El Salvador era una cátedra de malabarismo, ingenio, paciencia y todo era una escuela, por los grandes maestros que entonces trabajaban.

Mauricio Saade Torres era uno de ellos. Un apasionado y minucioso estudioso del fútbol. Su apariencia diminuta, contrastaba con una voz aguda desgarrada por el cigarrillo y por sus relatos. Los cuadernos de Don Mauricio guardaban cada detalle, de cada partido del fútbol nacional. Cada tarjeta marcada con el lápiz del color correspondiente.

Sus discusiones de fútbol no tenían fin. Saade-Torres era la referencia en los relatos de televisión. Sin estridencias ni afán de protagonismo, con un amplio vocabulario y muy, pero muy del fútbol. Falleció hace más de veinticinco años. Esta semana se ha ido otro de los maestros que daban cátedra en los pasillos del viejo edificio de la YSU.

No era salvadoreño por nacimiento, si por el convencimiento de que cada quien se hace de donde quiere ser. Ramón Rodríguez era uno de esos. Respetuoso de las buenas formas de hacer las cosas. Serio cuando quería y bromista cuando podía. Entre al Canal y al conocerlo no podía esperar más que un saludo de su parte.

Para hablar con él me daba la sensación que tenía que pedir un permiso especial. Con el tiempo se dio cuenta que aquel estudiante de bachillerato estaba envuelto en la pasión por la televisión y me aceptó con más confianza. Fue en 1989 que compartí  las tardes del domingo con él y con otra gran persona, Jaime Vilanova.

El programa era el “Noticiero Hoy”, un resumen de las noticias deportivas del fin de semana. Estar a su lado era intimidante, exigía precisión en la información y la correcta pronunciación de cada palabra. “Es ‘atleta’ no ‘acleta’”, me corregía incesantemente.Con el tiempo fue mayor la relación.

No pasaron muchos domingos para que se abriera a las risas y sus características bromas. Uno de esos días entó al estudio de grabación con un par de directorios telefónicos de Antel: “para sentarme sobre ellos así dejo de ser el más bajo del escritorio”. Otra vez, un ataque de hipo me invadió al aire. Esto conspiraba en mi contra y en favor de Ramón.

Era evidente que hablar mucho me exponía a que también lo notara el público, así que me propuse pocas y muy cortas intervenciones. Ramón sin embargo, decidió lo contrario y buscó dialogar conmigo continuamente. Dicen que un susto corta el hipo y tienen razón. Para la transmisión de los Olímpicos de Barcelona 1992 compartimos muchos turnos al aire.

En uno de ellos tuvimos en pantalla una serie de peleas eliminatorias del boxeo, Ramón no estaba asignado en cabina en ese momento. Asumí la posición y relaté lo que creía era una vibrante pelea al punto que en el pasaje de uno de los rounds dije: “¡esto es una pelea callejera!” y seguí relatando.

Ramón estaba afuera de la cabina en ese momento, esperando por entrar. En un corte comercial abrió la puerta, me miró y dijo: “¿Pelea callejera? No les faltes el respeto que son deportistas. Si hablas de algo debes saber de lo que hablas”. Sus lecciones jamás se olvidarán. Ramón, gracias por tanto y hasta pronto jodido.