Mi vecino tenía un perro feo. Pequeño, patas cortas, gordo, chato y arrugado. Además, tuerto. Si, Charlie no tenía un ojo. Si le tirabas una pelota para que corriera a buscarla y lo hacía girando la cabeza a un lado para poder ver bien hacia donde se dirigía. Escenas siempre cómicas y al mismo tiempo lamentables.
Una cosa era indiscutible, mi vecino quería a Charlie. Sabía que en casa tenía a un perro pequeño, gordo, chato, arrugado, tuerto, y feo. Su peso y pequeña estructura le generaron problemas respiratorios y no pasó de los doce años. Ese día noté que el amor de mi vecino por Charlie era infinito.
Pensé en Charlie cuando analizaba las sensaciones que han quedado después de la derrota en el Estadio Azteca y recolectando las diversas reacciones del primer partido del cuadrangular: quizás los salvadoreños nos estamos convenciendo que la selección nacional es nuestro Charlie. Lo que no nos limita a querer a la Selecta.
Ahora es momento de marcar las diferencias: los seleccionados no son ningunos perros y Charlie no tuvo oportunidad para elegir las características de su raza. La selección nacional si las puede elegir.
El Salvador puede dejar de parecerse a un equipo feo, que da feos espectáculos como el que evidenciaron en el Azteca. Esas características no condicen con el cariño que se le guarda a ese símbolo cultural. Llegar a ese estadio con la resistencia como única esperanza para limitar el inevitable daño, ha sido por elección.
Porque históricamente se ha optado la mediocridad como camino cuando es momento de pasear al fútbol nacional por la región. A Charlie lo hicieron así, no es feo por elección. El Salvador tiene una selección que juega así de feo, por decisión propia.
Porque han elegido a personas que no deciden en función del establecimiento de una estructura con procesos ordenados, que le permitan desarrollarse lógicamente al niño futbolista. Porque quienes han manejado el fútbol nunca se preocuparon por ofrecer condiciones que permitan competir en igualdad a nuestros jugadores.
Más cuando no hay un plan de nación que considere al deporte como una pieza fundamental de la educación, ampliando así la base de talento disponible, no sólo para el fútbol. Todo lo anterior, ha sido porque así lo ha elegido el salvadoreño. No es por genética, es por ganas de que así sea. El Salvador no puede seguir pensando que el camino seguido hasta ahora es el que corresponde. Lo que se reflejó en el Azteca, es la realidad.
Un equipo de circunstancias, consecuencia de una revuelta provocada por la ineptitud de los dirigentes y la falta de conducta de los jugadores. Un equipo con actitud pero sin aptitudes para sobrevivir las condiciones del escenario más complicado, ante el rival más difícil. El primer paso para resolver un problema es reconocer que existe un problema: el fútbol salvadoreño no es competitivo. A la selección la quiero, como mi vecino quiere a su perro Charlie.
El perro no pudo elegir la raza, el fútbol nacional puede elegir un mejor camino. Uno que no incluya a ningún dirigente de hoy, ni de ayer.