El duro diagnóstico del fútbol salvadoreño

Un repaso a la realidad futbolística nacional y las causas de 33 años de decepciones.

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Aficionados salvadoreños durante el partido contra Canadá.

/ Foto Por Marlon Hernández

Por Gustavo Flores | Twitter: @Gusflores21

2015-11-24 9:15:00

Sonó el silbato final en Alicante del boliviano Barrancos. Argentina le terminaba de ganar a El Salvador 2-0 con goles de Passarella y Bertoni ante 32 mil espectadores y era el adiós a España 82. Nadie lo pensaba en ese entonces, ni siquiera se imaginaba, que esa sería la última vez que una Selecta pisaría el césped en un Mundial. La selección salvadoreña comenzaba una travesía en el tiempo de errores constantes y recurrentes, acompañadas de un cúmulo de sensaciones negativas.

Varias han sido las fallas y muchos son los focos para tratar de entender por qué El Salvador lleva 33 años sin jugar una Copa del mundo. Sin dudas, los repetidos errores dirigenciales, la falta de visión y trabajo a largo plazo, el nulo desarrollo del fútbol infanto-juvenil, las carencias en infraestructura y planificación son algunas de las múltiples razones del deterioro azul.

La Selección de El Salvador ha despertado pasiones y tristezas por igual a lo largo de todos estos años. Sensaciones encontradas de amor-odio entre sus hinchas. Una renovada esperanza de la afición, incondicional por su equipo nacional, ante cada nuevo evento y una suerte de desgracia para tantas decepciones. De ser referente del fútbol en la región, con jugadores emblemáticos como Jorge González, el gran “Mágico”, Pipo Rodríguez, la Araña Magaña, “Chelona” Rodríguez o “Pajarito” Huezo, por mencionar algunos ejemplos, El Salvador ha retrocedido a nivel mundial y Concacaf y hoy está lejos tanto en organización como en fútbol de países a los que solía ganarle sin problemas décadas atrás como Costa Rica o Panamá.

Una de las principales causas del estancamiento es la falta de fuerzas básicas en los equipos. Sin bases ni cimientos es difícil construir. Cada entrenador que llega a la Selección mayor lo recalca una y otra vez, como si quisieran grabarlo en las mentes de los directivos: “Hay talento, pero falta trabajo en el desarrollo”. Cuando un jugador llega a la Primera División, se le deben enseñar conceptos básicos del fútbol, ya sabidos de memoria en otras latitudes a la edad del esperado debut en la división mayor.

La sucesión de malos dirigentes ha sido otra de las principales causas del atraso futbolístico. Muchos directivos cambian de equipos de un torneo al otro y manejan los hilos de sus “fincas” con muy poco tino y criterio. Hay poca paciencia al trabajo y tolerancia cero al largo plazo. El resultado del domingo y la taquilla pasan a ser, en muchas ocasiones, lo único que importa. Y de allí saltan, desde esos equipos mal comandados y dirigidos, a tomar las riendas de una Federación que se ha visto envuelta en no pocos problemas en los tiempos modernos.

En los últimos diez años, por citar ejemplos recientes, ha habido en la Federación intervenciones y comisiones normalizadoras, antes distintos desajustes. También se han sufrido reprimendas de UNCAF, Concacaf y FIFA por manejo poco claro y elecciones dudosas. Luchas de poder dirigenciales que terminaron impulsando y aumentando las reiteradas crisis que vivió -y vive- el fútbol cuscatleco.

A nivel internacional, la Selecta careció de buenos resultados producto de estos errores y de generaciones de futbolistas que no han sabido o no han podido explotar su talento. No ha vuelto a nacer un “Mágico” ni una “generación espontánea” de cracks como para poder levantar por sí sola la estancada imagen futbolística de El Salvador. El hexagonal final de las eliminatorias rumbo al Mundial de Sudáfrica (terminó 5o.) fue lo más destacado de los últimos años, aunque allí nació también la generación de los amaños.

Amaño, esa palabra que pasó a liderar el diccionario callejero en El Salvador. De ser un vocablo en desuso saltó a liderar los “trending topic” de las redes sociales. Y todo porque un grupo no pequeño de jugadores de la Selecta se dedicó a vender partidos por dinero proveniente de las mafias de las apuestas. Así de simple, así de trágico. Un tema que sacudió no solo al fútbol, sino también a la sociedad salvadoreña y cuyas secuelas se ven hasta el día de hoy. Fueron castigados 14 jugadores de por vida y otros más temporariamente. Una mancha imborrable para una Selecta sin rumbo. Una generación perdida, otra más, y vuelta a empezar de cero.

Lejos de ese caso, muchas veces los jugadores que fueron llegando a la Selección también tuvieron sus pedidos de mejoras a los dirigentes; en algunos casos entendibles, en otros con ciertos excesos. Pero no siempre fueron respondidos desde el ente federativo como esperaban, no con la sensibilidad que correspondía. Así el tira y afloje entre seleccionados y directivos tuvo varios capítulos en la Selección.

Las huelgas de los seleccionados no son nuevas. A pesar de que en El Salvador no se cuenta con una organización, gremial o sindicato de jugadores -otra falla estructural grave del fútbol nacional-, no han sido pocas las veces que una vez convocados a la Selecta los jugadores se han unido y reclamado contra los dirigentes. Eso sí, en los equipos los mismos futbolistas sufren abusos de los “dueños” y se sienten desamparados a la hora de los reclamos. Salarios atrasados dos o tres meses y disparates tales como reducir el sueldo de los jugadores si no ganan un par de partidos pasan a ser moneda corriente en distintos equipos.

La huelga reciente, con más difusión por la cercanía de cruciales partidos de eliminatorias, sumó un eslabón más a la cadena de tensiones. Los jugadores pidieron premios y condiciones dignas de hotel, bus y vuelos. Nada distinto a lo que se pide en cualquier selección del mundo que pretenda ser competitiva. Pero las formas no estuvieron del todo acertadas. Hicieron público su descontento y abandonaron la concentración. Un escándalo que fue reflejado y multiplicado por los medios y contó con el ingrediente de las redes sociales cargadas de molestos aficionados. Los dirigentes, en vez de apaciguar las aguas, redoblaron la apuesta bélica y confrontaron abiertamente con los jugadores, mostrando sus peticiones y los montos. Una manera de volcar la opinión pública en contra de sus propios seleccionados. También en contra suya. Desaciertos de ambos lados.

Un estadio inusualmente vacío para estas instancias de eliminatorias fue un fiel reflejo de una actualidad que está lejos de lo que se pretende para un país apasionado por el fútbol. En tanto, el mismo deporte pero de otras latitudes se “roba” la pasión de los aficionados y la vuelca hacia Europa, hacia el Real Madrid o el Barcelona, cada vez con más adeptos en desmedro de los equipos del fútbol nacional. Salvo honrosas excepciones de hinchas fieles a su divisa, el clásico español genera más entusiasmo en los aficionados del fútbol que el propio clásico salvadoreño. La penosa realidad se vivió una vez más la semana pasada.

Dirigentes contra jugadores, jugadores contra la Federación, hinchas y aficionados contra jugadores y dirigentes. Hasta los periodistas entraron en una guerra dialéctica incomprensible. Amaños, huelgas, deserciones. Todos contra todos. Una eliminatoria cuesta arriba. Un nuevo capítulo en un fútbol salvadoreño que no encuentra respuestas ni pisa el césped de un Mundial desde hace 33 años. Desde aquel silbatazo final del boliviano Barrancos.