A mediados de los ochenta el Alianza jugó la Copa Marlboro en San Francisco, California. Debía alternar con varios equipos de corte internacional, por lo que el técnico Ricardo Sepúlveda pidió como refuerzo a Efraín Chirolón Burgos y a Chepe Gil Pacheco. Los albos rindieron buenas perfomances, pero cuando enfrentaron al Alianza Lima de Perú se excedieron y ganaron 3 goles contra 1.
En una banda presentaron al Duende Travieso Kin Canales y en la otra a Chepe Gil Pacheco quienes sacaron todo su repertorio y maravillaron a los aficionados. Kin pertenecía al equipo y de ahí salió para el Washington Diplomats, en cambió Chepe Gil era del Once Lobos por lo que el Chele insistió en su contratación.
Pero cuando lo fueron a buscar y no lo encontraron y advirtieron que Chepe Gil era un pájaro que nunca quiso jaula, que encontró en los vicios sus mejores aliados para evadir una realidad que acaso lo incomodaba.
Era un bohemio en estado puro, había debutado en 1975 con el equipo de la UCA donde lo habían consentido pero se colmaron, entonces decidió irse a los Estados Unidos para encontrar las puertas abiertas en varios equipos y hasta consiguió una beca universitaria.
Su dominio excepcional y el conocimiento que tenía de las bandas lo volvía prácticamente indescifrable para los marcadores quienes acudían al juego violento para frenarlo, pero era tan dúctil que siempre los eludía por lo que con toda justicia se hizo acreedor al mote del “Aguado”.
Por allá se volvió asiduo a los bares y al humo, sentía que de esa manera escapaba a sus propios miedos pero decidió el regreso. Volvió en 1986 para incorporarse al Once Lobos en donde siguió con su juerga. En un equipo que se volvió aspirante al título fue compañero de grandes futbolistas como Mauricio Tarzán Alvarenga, Mario Lobo Peralta Castro, Pedro Ramírez Aristondo, y los guatemaltecos Bayron Pérez y la Chana Fernández.
Pero nunca cumplió con lo establecido y se dedicó a deambular por lugares sórdidos de la Ciudad Heróica y por eso forzó el retiro. Pero no le importaba, jugaba en las barriadas por unos pesos, unas cervezas o un trago y dormía donde le agarraba la noche. Por días accedía a la normalidad pero se sentía irrealizado y volvía a las andadas. Esa fue su constante, aunque muchos quisieron ayudarle, Chepe Gil siempre los gambeteó. El pasado lunes, Dios se apiadó de él y se lo llevó.