El 2015 nos deja en pocos días con el sabor agridulce de lo que pudo ser y no se pudo. Con los males endémicos que ya parecen eternos en este país que se está acostumbrando a las malas noticias, a las promesas incumplidas y a las demagogias de siempre.
Nos deja con un estadio Juan Francisco Barraza sin asomos de remodelación, mucho menos el Óscar Quiteño y los otros estadios y escenarios deportivos que poco a poco se derrumban por el descuido de quienes están llamados a darles espacios de recreación a la juventud.
Nos deja sin dinero a federaciones por el simple hecho del “lo decido yo”, cuando nos han dicho hasta el cansancio que el deporte es la llave para combatir la delincuencia y la violencia en este país.
Nos deja con una Fesfut más preocupada por los problemas administrativos más que los deportivos. Con un éxodo preocupante de técnicos de las selecciones juveniles, sin que nadie de alguna explicación de qué pasa en el seno del ente federativo. Con una selección mayor con el fantasma de un nuevo fracaso en la eliminatoria mundialista.
Y 2016 nos encuentra con los mismos sueños de siempre. Con la ilusión de ver a nuestro deporte en el lugar que se merece. No como simple instrumento de conseguir votos y simpatías. Pese a todo, nosotros seguimos acá, soñadores, ilusos, con el amor intacto al Azul y Blanco.