A muchos no les agrada la idea de relacionar la política con el deporte. El año termina y, como círculo vicioso y muletilla desgastante, se sigue hablando desde arriba de la “mágica” relación entre la práctica deportiva, la prevención a la violencia y el bienestar social. Todo sin saber mezclar los ingredientes, sin visión, sin rumbo, aunque se sigue recorriendo el mismo camino sobre una calle que jamás será pavimentada.
Es ahí donde la política se vuelve clave. No aquella donde el vicepresidente de la República, Óscar Ortiz, entrega un trofeo al campeón de la Primera División de fútbol, sino otra donde deporte sea sinónimo de educación, de salud, de vida, en una sociedad cada vez más sedentaria y atrapada en una jaula de consumo, redes sociales y vida “inteligente”; sin mencionar los pocos espacios públicos para practicar alguna disciplina deportiva con tranquilidad. ¿Cómo se practica fútbol, baloncesto u otro deporte con tranquilidad, en territorios dominados por grupos de pandilleros? Un trofeo o medalla para quien tenga la respuesta.
Construir un ABC en este rubro pasa por desmontar una herencia histórica donde el logro deportivo, visto al más alto nivel, debe de dejar de ser tomado como una cuestión de probabilidades o de “generaciones espontáneas”, en las que al final los federativos y dirigentes se montan para vanagloriarse y obtener beneficios. Porque la selecta cuscatleca, que de todas es la mamá, ¿es un patrimonio privado o es un bien cultural y social que solo cohesiona a una desgastada nación en época de eliminatorias a modo de un gran espectáculo de pobre actuación?
Y ya en el terreno del deporte que se practica en parques y espacios públicos no basta con masificación, donde sin duda es clave el tema de la infraestructura. Acá se han escalado varios peldaños, con el aporte de diversas iniciativas que aún siguen siendo aisladas. Pero falta que las empresas privadas y el sector público vean esto como una herramienta (y una política) para tener a empleados más relajados, con mejor rendimiento mental y más comprometidos con su rol. Son pequeños cambios, significativos.
Pero el tema de fondo pasa por un proyecto amplio donde hay que olvidarse de trofeos y medallas a corto plazo y empezar a repensar la formación física como parte del equilibrio corporal, mental y emocional. Estilo griego, quizá, pero sin duda mejor estructurado, con menos comida chatarra y más formación integral en el niño y adolescente. Porque el “culto al cuerpo” no debe de ser solo cuestión de gimnasios y de masa muscular. Va más allá y nace incluso en la familia. Sembrar por diez años, como mínimo.
Es por ello que si se le da un vaso de leche a un niño en una escuela hay que pensar si está dentro de la política educativa y si ahí se incluye realmente al deporte como bastión. Y mientras los diputados de la Comisión de Cultura y Deportes sigan trabajando solo para entregar reconocimientos, el ideal de una política deportiva es vago, casi irreal. Pero, aunque parezca utópico, el deporte es una gran solución. Siempre. Y el “pulgarcito” aguarda paciente.