Después de tres partidos con las gradas muy vacías, el estadio Óscar Quiteño volvió a la vida. Regresó la Turba Roja, justo para el clásico
nacional 222, después de una ausencia que duró tres encuentros (los tres que se disputaron previamente en Santa Ana esta temporada).
Lejos está de mejorar la relación directiva y un gran sector de la afición tigrilla, que ha señalado, con manteles, cartas, mensajes, la supuesta corrupción de los dirigentes, principalmente del presidente de la institución, Byron Rodríguez.
Hubiese sido un clásico muy descolorido sin un buen número de aficionados, pero eso no ocurrió. Si bien el estadio no se llenó, llegó un buen número de público para el encuentro. Incluso hubo mercado negro (pedían cinco dólares por sol general los revendedores) y cuando el partido ya había comenzado aún seguía la fila para ingresar por el sector popular.
Del otro lado de la cancha, en el extremo opuesto, un buen número de aficionados negronaranja entonaba y ensayaba los cánticos antes del
partido. No se reportaron incidentes durante ese lapso ni peleas entre las barras.
Al contrario, la situación era de fiesta, y si había tensión era por los mensajes claros y contundentes de la barra tigrilla, con pancartas como: “ya basta de corrupción”, “luchemos juntos por un FAS donde la prioridad sean nuestros jóvenes y no el dinero”, “para la corrupción no hay tregua” o “el fútbol está muriendo en los bolsillos de los dirigentes corruptos”.
Así la fiesta era fiel reflejo de lo que está ocurriendo, de la división entre directiva y afición en Santa Ana. Al menos, el Quiteño volvió a la vida, y el equipo sigue dando buenos resultados más allá de lo que ocurre fuera de la cancha o en sus alrededores.