Vio volar por los aires a patinadoras de hielo en la natal Colombia de su madre. Cuando regresó a El Salvador, Camila Meléndez tenía el sueño de hacer lo mismo. Y lo consiguió, pero no en el patinaje, sino que en lo que su madre encontró que más se le parecía.
Tenía diez años (tarde para este deporte) cuando llegó al INDES. Era una niña tímida, muy estudiosa, que platicaba poco, y que no se imaginaba lo que implica uno de los deportes que requiere más sacrificio para ser alguien reconocido. Pero nunca ha tenido miedo, de hecho, se descubrió muy valiente, perseverante y dedicada precisamente en la gimnasia.
“Todo se veía bonito, pero detrás hay mucho sacrificio, esfuerzo y cansancio para poder sobrellevar y poder hacer tantas cosas bonitas. Cuando uno empieza, eso es lo que choca. Uno no se imagina que va a tener que hacer abdominales, pechadas, etc. Pero me gustó enseguida”, cuenta Camila, 19 años después.
Se enamoró de la libertad que experimentó, de poder ser y realizarse. Quizás siempre lo llevó en la sangre, heredada de su madre, quizás mezclada con un poco de música, aquella que vio que bailaban comúnmente en Colombia.
Nunca fue la mejor gimnasta del país, confiesa ella misma. “No, ese lugar se lo doy a mi hermana (Bibi), pero siempre estuve entre las mejores”. Participó rápidamente en Copas nacionales e Internacionales, y su última competición en la gimnasia artística fue en la Copa Flor de Izote de 1999.
Un año antes, una española vino al país para presentar una demostración de gimnasia rítmica y algo se le movió en el corazón a Camila, quien para entonces ya entrenaba en el Polideportivo de Merliot. Mientras hacía artística, miraba de reojo a las chicas de rítmica, y se pasó. Tanto le gustó que, cuando era época de vacación para las entrenadoras cubanas que trajeron después (diciembre) se lo pasó entrenando solita para mejorar y tener la flexibilidad que deseaba. Tenía 14 años, “tardísimo” de nuevo, o quizás no por el talento que tenía de manera natural.
Para entonces, no había ningún referente a quién seguir, y a las chicas les tocaba aprender en el camino. Estuvo casi tres años y llegó a formar parte de la selección nacional, igual que en artística, y compitió también en dual meets contra Guatemala.
Pero le pasó lo que a todos los atletas de alto rendimiento en este país. No hay programas para poder seguir en el estudio y a ritmos de entreno diarios de 4-6 horas. Estudiaba el bachillerato, salía entre 3:30 a 4:30 p.m., y viajaba desde la zona de la UES hasta Merliot. Así que agarraba la colita de un entreno que terminaba a las 7 de la noche. Así, se iba relegando mientras el entrenador de turno le iba exigiendo más y presionando más. Tuvo que dejar lo que tanto amaba, al menos por un rato.
Regresaba esporádicamente, y finalmente se salió en 2002, tras un paso en el que dominó la viga, fue campeona nacional nivel 5, y ganó Oro en la Copa Flor de Izote, en rítmica. Mientras que en rítmica, fue tercer lugar en los Juegos Nacionales 2003.
Poco después, su vida volvió a dar un giro ciertamente relacionado. Se metió a la Escuela Nacional de Danza y comenzó una nueva carrera como bailarina.
¿Qué hace?
Camila hacía danza contemporánea y aparentemente se alejaba de la gimnasia. En realidad, quería estudiar en Cuba y ser entrenadora de rítmica. Metió los papeles. En ese lapso, también comenzó a estudiar en la UES. “Me lavaron el cerebro mis compañeras”, cuenta, por lo que decidió inscribir ingeniería en sistemas. Total, era buena para el estudio, y esperaba la respuesta para irse a la isla a estudiar lo que amaba.
La noticia fue positiva, y tres días antes de partir, Cuba y El Salvador rompieron relaciones. Con las maletas hechas se quedó y se metió de lleno a la danza, mientras estudiaba una carrera que no le llenaba, y que terminó dejando después de dos años y medio.
En medio de todo eso, comenzó a dar clases de gimnasia en la federación. Pero le pagaban el mínimo y quería irse a estudiar afuera para poder escalar y para poder estar mejor preparada. Entonces, audicionó para una cadena hotelera como bailarina, y fue contratada para ritmos tropicales. Nunca lo había hecho, pero en cierta forma lo traía heredado de su madre.
Comenzó a ahorrar hasta que su progenitora le contó que hace un tiempo estaban dando las becas para Cuba de nuevo, y que le había metido todos los papeles. Se fue a los días (2006) a estudiar la Licenciatura en Educación Física y Deportes con especialización en Gimnasia Rítmica, de lo que se graduó en 2011.
Durante ese lapso, en todas las vacaciones anuales iba al Polideportivo a dar clases . Cuando regresó, esperaba volver. Ya era una licenciada con especialización, pero le ofrecieron comenzar de cero, es decir, pagándole el mínimo. Así que emprendió proyectos personales, volvió a la danza contemporánea, daba clases particulares y, finalmente, dijo que tenía que sacar una maestría para ser tomada en cuenta y reconocida dignamente en la federación. Así que se fue de nuevo a una cadena hotelera, a Perú, para ahorrar. Hace un tiempo regresó al país porque metió papeles para estudiar la maestría en Rusia.
Al principio le parecía una locura, por el frío. Pero es ahí donde nació la gimnasia artística, y la rítmica como producto de la fusión entre la primera y la danza contemporánea, todo lo que ella amaba e hizo en su vida. Todo encajaba por fin, excepto que es carísimo pagarse una maestría en Moscú.
Averiguó, metió papeles, y obtuvo una beca para estudiar en Moscú, ahí mismo donde entrena el equipo nacional de gimnasia rítmica ruso. Lo único que le falta es la visa, que ya está siendo tramitada, y comienza ya las clases este 1 de octubre para continuar su polifacética carrera, ahora como entrenadora, algo que siempre le encantó, desde niña, cuando ayudaba a su hermana menor Bibi a lograr las posturas. Cuando se sentía libre y pasaba horas y horas en el Indes y Polideportivo de Merliot. Cuando pasión, belleza y sacrificio se unían para ser ella.