Nació en Brasil, creció en un orfanato en Argentina, empezó como jugador en Paraguay, brilló en El Salvador y cerró su carrera en Estados Unidos, donde se convirtió en pastor evangélico. La vida de Henrique bien podría haber sido llevada al cine como un trotamundos del fútbol y sería un éxito de taquilla.
Vio la vida en el Mato Grosso, pero nunca conoció a su madre; se lo llevaron de bebé desde Brasil a Argentina ya que su padre tenía lepra y en ese entonces los gauchos tenían el mejor sistema para tratar a los enfermos. Allí creció en un orfanato donde nunca nadie lo fue a visitar. “Una infancia muy triste” recuerda hoy. “Cuando los otros niños tenían visitas de familiares, yo siempre me quedaba solo. Pero entonces vino algo a mi mente: el fútbol”. En ese momento se dio cuenta de que sería jugador y se aferró a ese pensamiento.
Empezó en un grande del fútbol mundial: Boca Juniors fue su primer destino, nada menos. Osvaldo Biaggio, exjugador del equipo xeneize, era vecino del orfanato y lo iba a buscar para entrenarse en las inferiores del club de la franja amarilla: no duró mucho. Las monjas del orfanato lo llevaron a vivir a otra ciudad, Santa Fe, donde estaba su papá. Pero apenas pudo verlo una vez y de lejos. “No lo podés tocar, la lepra es contagiosa”, le dijeron.
Por las vicisitudes de la vida y fiel a un espíritu aventurero que nunca abandonaría, un día decidió mudarse solo a Buenos Aires. Allí fue a ver un partido de fútbol. Y cambió su vida… “Recuerdo que era en Palermo, había un partido en un parque. Me senté a verlos y me invitaron a jugar. No había llegado un jugador, me invitaron a participar e hice dos goles. Así empezó todo…”
Como en las historias de buen final, en ese partido había un abogado como espectador e inmediatamente después del juego, lo invitó al fútbol paraguayo. “Me llevó al Olimpia y luego llegué al Guaraní, donde fui campeón juvenil”. Empezaba su carrera como jugador.
Continúo jugando en Brasil: “Un día me fui de aventurado al Palmeiras de Brasil. Y me presenté al entrenador, el uruguayo Chema Rodríguez. Me aceptó muy bien y a los tres meses me remitieron al Sao Bentos de Sorocaba…” Al año y medio pasó al Ourinho de la Segunda división a préstamo. “Salimos campeones y ascendimos. Tras otro paso por Sao Bentos, volví a Paraguay, a Guaraní”.
Un día llegó a la sede del equipo paraguayo un telegrama: “Me preguntaban si quería jugar en El Salvador. Yo pensé que era Salvador de Bahía y me puse contento. Me dijeron que no, que era un país de Centroamérica… Así llegué a este país”. El exentrenador José Rossini lo había dirigido en Sao Bentos y había llegado al Alianza.
El recibimiento en el país no fue el mejor. “En 1969 comenzaba la guerra entre Honduras y El Salvador. Estaban los toques de queda. En el café de Don Pedro me hicieron la bienvenida y justo tembló, se movían todas las botellas. Yo salí corriendo, no estaba acostumbrado”, cuenta con una sonrisa sobre sus primeros días en tierra cuscatleca.
“Jugué un año en Alianza, después me llevó el FAS, en el año 70. Estuvimos a punto de salir campeones y perdimos la final contra el Atlético Marte. Hubo algo sospechoso en ese partido, pero mejor no decir más”, recuerda hoy.
De allí se fue al equipo El Salvador de Los Ángeles. Y se quedó en EE. UU. 14 años. También pasó por Rio Guayas, equipos que llevaban mucha gente en distintas ligas profesionales de EE. UU. A los 38 llegó la hora del retiro. De acercarse a Cristo. Y de seguir recorriendo el mundo…
¿Qué hace?
“Mi vida estaba desordenada, tenía serios problemas y por gratitud a Jesucristo me dediqué a la misiones de la Asamblea de Dios, me hice pastor Cristiano evangélico”. Así cuenta Henrique Pasiquiri sus años posteriores al retiro del fútbol, cuando se convirtió en pastor.
Tal como le sucedió con el fútbol, predicando la palabra también recorrió el mundo. Estuvo en Japón, Corea del Sur, Centroamérica, Perú, Argentina, México, recorrió todo el territorio de los Estados Unidos. De allí regresó a El Salvador hace tres meses…
“Hacía un tiempo largo que no venía, pero ya en noviembre me voy rumbo a Brasil a continuar la obra”. En 2010, junto a su esposa Sandra, fundaron una iglesia en la pequeña ciudad de Angatuba, estado de Sao Paulo, donde también tiene parte de su familia. Allí vive Anderson, el primero de sus siete hijos.
“Nunca había visto a Anderson y mi nieto me encontró por Facebook hace algunos años. Allí establecimos la relación y nos invitaron a vivir con ellos en Brasil. A pesar de no conocerlo, mi hijo me amaba y les ponía mi nombre a todos sus hijos. Hoy mis nietos todos llevan Henrique”.