Padre físico nuclear, madre contadora, nacido en Canadá, pero cordobés de pura cepa. Nació un 13 de junio, Día del Escritor, fecha que recuerda a Leopoldo Lugones; y esas “curiosidades” de la vida, el Gringo Ramia escribe con pasión historias que nacen del corazón, y de pibe recorrió las calles de Poeta Lugones, su barrio, y fue al colegio… Leopoldo Lugones. ¿Destino le llaman?
Nos juntamos una tarde otoñal de viernes en un bar de la 27 de abril, era un feriado, poca gente en la calle, y nosotros charlamos de fútbol, libros y del Diego. Cervezas y maníes acompañaban el diálogo, mientras el Gringo confesaba: “Yo jugaba muy mal al fútbol, era un choto, pero jugaba todo el día en los baldíos de Poeta Lugones. Me re gustaría jugar bien al fútbol, pisarla… veía el video de Héroes, al Diego y después iba a la cancha y no me salía nada, era un muerto jugando a la pelota”. Pero esa carencia no le impidió amar el fútbol. Jamás. Su primer partido como espectador en un estadio fue un 3-0 de Belgrano a Boca en el viejo Chateau Carreras; y claro, se hizo fanático del Celeste. “La única camiseta con número que tengo es una de Turus”, sentencia el Gringo, fanático del “Pirata”, pero sobre todo del más grande futbolista de todos los tiempos. ¡¿Turus?! No, Diego Armando Maradona.
En su libro ‘Devuelvan la pelota’ juega con el doctor Emmet Brown, de la película Volver al Futuro, en un cuento fabuloso. Entonces le pregunto:
– Si el Doc viniera en su De Lorean, ¿adónde te gustaría que te lleve?
– Sin dudas: al 22 de junio de 1986. Diego me conmueve. También me gustaría ir a ver al Diego cuando apenas apareció en Primera, pero sin dudas estar en el estadio Azteca el día que Maradona le metió los dos goles a los ingleses. Ser testigo de eso me hubiese encantado. El Diego me puede.
– ¿Quién es para vos Diego Armando Maradona?
– El Diego es un sujeto de amor, realmente es amor. El amor es ciego, es difícil explicarlo en palabras… Diego es querer a alguien que no conocés… Yo soy maradoneano. Lo decís y te empiezan a bardear y empezás a hacer oídos sordos. Es que no hay que pedirle coherencia a los ídolos. No le pidas la misma coherencia que vos no tenés en tu vida a alguien que estuvo en el barro y fue el más grande. Diego fue único. ¿Cómo puede ser que un guaso en Nepal, otro en Sudáfrica, otro en Tailandia u otro en Portugal sientan tanto amor por un jugador de fútbol? ¿Cómo? Es inentendible y dentro de 40 años vamos a seguir hablando de él y ese amor. No se puede creer.
Cuando el Gringo decía estas cosas, recordé una frase que tengo escrita en un cuaderno guardado desde mi adolescencia. Es una sentencia de Joan Manuel Serrat que dice “…la poesía en el fútbol es el recuerdo que tengo de Diego. También, pues, la capacidad de generar amores y odios. Amores profundos como los que tiene. Y odios que no le perdonan, sencillamente, porque Diego tiene esas cosas de que habla y cuenta esas cosas que piensa, cosas que ha generado profundas animadversiones; con independencias de otros conflictos personales que haya podido tener, y aquí yo me remitiría a los libros sagrados que dicen de aquello del que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Lo que pasa que apedrean con una facilidad gente cargada de pecados, pero con muy poca vergüenza”.
– Confieso que yo he llorado por él, ¿vos también?
– Siempre lloro por Maradona. Puedo llorar viendo un video de un golazo de él o por alguna entrevista que dice algo fabuloso. Cuando lo he visto mal en alguna entrevista, yo me pongo mal, porque lo quiero. Yo lo quiero, más allá de lo que te puedan criticar por este sentimiento incuestionable. A los 16 años le ponían un micrófono, a los 22 años le preguntaban por Malvinas. Yo a los 22 años era un pe-lo-tu-do y a él le pedían su opinión de Malvinas, y era un jugador de fútbol. A los 18 años el tipo hablaba de su país, de Argentina. Es un personaje que me llega, busco todo el tiempo estudiarlo. Maradona produce tantas cosas, él me conmueve…
Pasaron los minutos, las cervezas… y seguimos hablando del Diego, de Soriano, Sacheri y Papeles en el viento (“la mejor novela futbolera”), Belgrano, los picados en los baldíos que ya no están y las calles de Córdoba. No sé, sentí que el Pelusa estaba allí, nos guiñaba un ojo y se tomaba un trago.