Sin haber tocado nunca una pelota pero con mucha alegría por quedar “prendado” del deporte, Rigoberto Chinchilla formó parte del baloncesto salvadoreño desde la década de los setenta. Poco a poco, en sus años de adolescencia y juventud, consiguió pulirse en esta disciplina a base de mucho esfuerzo, coraje y disciplina.
La faceta del baloncesto llegó para este hombre a través de un amigo. Sin nada de experiencia, la aceptación de salir e ir a jugar se convirtió en “el pase” para que se adentrara a este nuevo mundo por descubrir. Era una nueva parte de su vida. Chinchilla lo cuenta así: “Miguel Valdespino, mi vecino del apartamento del primer piso, se volvió uno de mis mejores amigos y me permitió literalmente tocar por primera vez una pelota de basquetbol cuando tenía 11 años, y quedé enamorado del deporte. Esa primera vez que me invitó a jugar, fuimos a las canchas del Instituto Técnico Ricaldone y fue una experiencia inolvidable”.
Reconoce que, pese a algunos problemas en su columna vertebral, visuales y de cansancio en sus brazos y piernas, se superó y logró salir adelante. Sin duda, su sinceridad lo hace recordar que en dos años poco supo qué “era ganar”, pero después superó la barrera de que solo lo escogieran en los equipos “como relleno” y “no por voluntad”.
Lo mejor comenzó a sus 13 años, cuando integró “el equipo de vacaciones del Ricaldone”, lo que le hizo sentirse “realizado”. “Mi emoción fue incontrolable, jugaría en la selección del Ricaldone. Disfruté al máximo, principalmente por la confianza que me dieron en lo personal y como basquetbolista, aunque nunca fui una gran figura en este deporte, lo gocé”. Tiempo después, y ya con mayor confianza por el trabajo que venía haciendo,
Rigoberto hizo pruebas para pertenecer al equipo juvenil del Terciframen, donde pasó varios “coladores” para quedarse. Y, después de un grupo grande de 50 chicos, ingresó a las filas del equipo donde solo eligieron a 14. Ahí, además, nació el sobrenombre con el que fue reconocido: “Tortugón”. Él mismo explica que fue “por lento y porque jugaba encorvado, ya que era lo único que aminoraba el intenso dolor de mi columna”.
Pero siempre fortalecido por “el amor y la motivación” al baloncesto, avanzó en los niveles del mismo equipo y engrosó las filas del quinteto “del bachillerato del -Instituto- Francisco Menéndez, en esa época uno de los equipos de más tradición y muy competitivo a nivel nacional”. Ahí, logró muchos triunfos y ser campeón nacional, además de haber crecido y tener una estatura de envidia (1.87 metros). Su deuda fue no poder repetir un título en su último año de bachillerato en el INFRAMEN, tal y “como en los años anteriores sí lo había logrado en las categorías menores”. Este paso estudiantil le había permitido participar en los torneos Colegiales, en Juveniles y de Primera Categoría.
Los problemas económicos y la guerra lo hicieron emigrar a Costa Rica, donde estuvo ocho años. El baloncesto ya le había impregnado su vida, y a pesar de que en El Salvador no consiguió jugar en la categoría superior ese sueño se le realizó en suelo tico. Pudo jugar en ese país “con dos equipos de Primera Categoría: la Universidad de Costa Rica (UCR) y el Puntarenas”. Pero tiempo después, lo dejó a un lado. Lo retomó al volver a El Salvador (1989), entrenando con el Instituto Miguel Cervantes, lo que le sirvió para sacar su sobrepeso.
Y señala su etapa final en el baloncesto: “Pude ponerme en forma y revivir por un tiempo, aunque sea desde la banca como asistente, la emoción de mi época de bachillerato. Asimismo, jugué para el equipo de la UCA, por una temporada. Con 30 años de edad, y casi ocho años de no haber entrenado, mi retorno fue prácticamente imposible y ‘colgaría los tenis’ para siempre en 1990, cuando me fui a EE.UU. a estudiar mi maestría, después de jugar un par de años con el ‘Club Social del Prado’”.
¿Qué hace?
Su adiós al baloncesto lo dio en 1990. Rigoberto Chinchilla explica que lo hizo, además de su edad, para poder estudiar una maestría. Fue así como partió a Estados Unidos. Ya en suelo estadounidense, el exbasquetbolista, quien asegura que la disciplina, las amistades y ponerse metas fueron las cosas que más disfrutó con el deporte, manifiesta que se dedicó plenamente a sus estudios, y actualmente a su trabajo. Así, explica: “Me fui definitivamente en el 2000 a seguir estudiando. Me gradué de Doctor en Ingeniería, en dos disciplinas: Ingeniería Eléctrica e Ingeniería Industrial. Mi vida era estudiar y estudiar; primero dos años en mi maestría, y luego cuatro años y medio en mis doctorados”.
En la actualidad, se dedica a impartir un programa de maestría, entregando a los demás sus conocimientos. “Soy profesor en la Universidad de Illinois y enseño en el programa de Maestría en Tecnología de Computadoras, siendo mis especialidades las de Seguridad Cibernética y Control Automático Industrial”.
Además, expresa que cuando está en suelo cuscatleco suele reunirse con exjugadores que conoció. Sin duda, “Tortugón” Chinchilla afirma que el baloncesto será siempre parte de su vida, y pese a que no fue “una estrella” pudo superar “las limitaciones atléticas” y le dio motivación, por lo que expresa: “El baloncesto fue de lo mejor que me pudo pasar en mi vida”.