En el fútbol siempre han existido los inconformes, en cualquier ambiente, cualquier profesión, cualquier oficio. Como que si fuera una ola de rebelión a lo establecido. Existen hoy, existieron ayer, existirán siempre. Pero cuando esa inconformidad es de un grupo y atenta contra los intereses generales, de un deporte, una afición, un país ya es otra cosa y, hasta puede llegar a considerarse como un chantaje.
De ahí que la actitud de inconformidad o de rebelión de los seleccionados nacionales de no entrenar porque las condiciones del hospedaje no están de acuerdo con su categoría, cuando estamos a 19 días de iniciar la ronda eliminatoria en el estadio Azteca ante la selección mexicana, tiene todas esas señales.
Los muchachos no trabajaron y al parecer estaban dispuestos a llegar a las útimas consecuencias si no se accedía a sus exigencias. Eso ha provocado conmoción y hasta ha dividido las opiniones, porque el fútbol es un contínuo choque de intereses y hasta determinante en una sociedad.
Siempre hemos abogado por la dignidad del futbolista, y hemos hecho causa común cuando son vejados porque en el ámbito profesional debe haber decoro en cuanto a los hospedajes, alimentación, prestaciones; pero de eso a entorpecer un proceso sin agotar las últimas instancias hay demasiado trecho.
Sabemos que en todo orden de vida los premios y los castigos deben ir aparejados, que si un equipo es ganador se merece la gloria y sus derivados, pero si se trata de un perdedor la situación hasta debería ser diferente.
Con esto no estamos diciendo que deben hospedarse en condiciones inhóspitas o insalubres, y si de dignidad estamos hablando, jamás hemos escuchado que uno de esos futbolistas haya hecho huelga porque los tienen a medio sueldo en sus equipos, porque un dirigente enérgumeno los haya ultrajado o los hayan abandonado a su suerte en una lesión. Pero en esta caso alguien los instigó y se han dejado manejar para realizar su extorsionante maniobra.
Personalmente pensamos que una causa para que aparezcan estás gracias, es la incultura, muchachos que sin mayor intelecto, que de la noche a la mañana se ven convertidos en figuras de admiración popular que creen que por pegarle con cierta destreza a la pelota se pueden permitir atentar contra un proceso y echar a perder en este caso el segundo microciclo de una emergente y precaria preparación.
Otra situación es el endiosamiento de la prensa que se les da un trato de superestrellas cuando ellos y nosotros sabemos que en el ámbito mundial apenas llegan a una tercera categoría, pero que acceden a elevados premios porque el mundo se volvió consumista y con mayor motivo el fútbol y, por supuesto las selecciones, manejadas a menudo por dirigentes que en el afán de apuntarse triunfos y méritos ofrecen más de lo que pueden dar, provocando inestabilidad económica.
Nuestro fútbol es un caso patético, y ha llegado a la bancarrota más que nada por el choque de intereses, y por el afán dirigencial cuando no tenemos los elementos para ser ganadores.Y con ello se crean falsas expectativas que termina por hundir los sueños. Todos sabemos que en el Azteca y en otros estadios de afuera las posibilidades son mínimas, aunque alabamos que los muchachos pidan premios; la fe te valga cristiano. Pero de eso a la realidad estamos muy lejos.
Está claro que los pueblos necesitan figuras para adorar e idolatrar, y en nuestro caso, tal necesidad emocional es primitiva e ingenua, nos conformamos con muy poco.
De tal manera que los destinatarios de esa movimiento de adoración y exaltación, a menudo se contagian de la imagen que proyectan y llegan a creérsela, saliéndose de la línea recta, para caer en lo absurdo, provocando la desilusión de todo un conglomerado. Ignoran que son seres comunes y corrientes, que están muy lejos del alto nivel, con todo el mareo que puede darles la fama.
Pero lo que en esta caso no se concibe es que atenten contra un proceso, acudiendo a un recurso con todos los visos de una extorsión.