Dirigir a la selección nacional de fútbol es una tortura bien remunerada, representa además la posibilidad de recibir halagos si se anda de regular para arriba, de lo contrario hay que prepararse para ser objeto de improperios y vejaciones. ¡Y hace tanto que no ganamos nada!.
Cada vez que viene la eliminatoria mundialista se contrata a un personaje osado y hasta cuerudo, para dirigir un grupo de muchachos, llevando inherente la cruz de despertar con pobres argumentos, esperanzas e ilusiones. Un personaje con la suficiente valentía, desfachatez y hasta el cinismo si se quiere, para asumir y pagar las consecuencias de un fracaso en lo que sabemos que será lo más probable.
Cuando se es extranjero todo lo resuelve con irse a su país a disfrutar de lo ganado, pero si es nacional debe quedarse para soportar un escarnio que lo acompañará hasta al fin de sus días y aún más allá.
El último en tomar el guante y tirarlo cuando todavía no había llegado a la reventazón ha sido el españo Albert Roca. Estuvo un año y dos meses al frente de un grupo de bisoños jugadores y otros que habían quedado después de la purga de los amaños. Su llegada pareció más una medida de tipo individual que una decisión colegiada y meditada.
Fue como una parche de emergencia y tuvo que meterle el diente con partidos concertados a la carrera ante cuadros de gran nivel. En realidad expuso su prestigio, si es que lo tiene ante representaciones como España, Costa de Marfil, Colombia, Argentina, Chile. En esos encuentros la situación más recurrente fue defenderse a como diera lugar y se las arregló para seguir vivo.
Es que había entrado sin excesivo apoyo ni fuerza y las críticas afloraron, muchas de ellas, como suele suceder por acá, inoportunas e injustas porque una labor debe verse en perspectiva y dar el tiempo prudente para que alguien demuestre su real valía.
Luego llegaría la serie ante San Cristóbal y Nevis, un rival que no podía ser más endeble y, al eliminarlo el catalán consiguió un impulso con el que prolongó su estadía en el banquillo azul.
En el horizonte apareció entonces la Copa Oro y al equipo se le vio otra fisonomía pues esbozó un estilo de juego con cierta dinámica, donde el toque, el desmarque y la circulación con proyección ofensiva fueron más estructurados, aunque era manifiesta la falta de definición. Hubo entonces cierto optimismo, la Selecta había evolucionado, pero en una reunión hará unos dos meses, los dirigentes ya habían hablado con Roca y quizá ingenuamente le dieron una salida de escape y no fue precisamente por un túnel.
Se le habló de recortes en el presupuesto y de otras medidas que atañaban al orden económico cuando estábamos tan cerca de la siguiente eliminatoria.
Para entonces, el español estaba hostigado y unos días antes de viajar a la Copa Oro, soltó sus verdades. Había comprobado en carne propia que por acá el deseo de vilipendiar despierta más acuerdos que los proyectos a futuro, ya que al no tener héroes que glorificar, nos exita tener culpables de cierto renombre.
Por acá le damos con todo a quien se atreve a cambiarnos, a encontrarle coherencia a nuestros desguisados, como que si estuvieramos tan bien o no tuvieramos derecho a esperanzarnos. Con la posibilidad de la huída y teniendo además entre manos algo mejor optó por irse antes que ser un culpable certificado, pues tenía más rivales fuera de la cancha, que dentró de ella.
Estamos en el mundo del revés, nos hemos quedado silbando en la loma, sin técnico, ante un camino empinado y ríspido, porque un emergente donde la disciplina y lo fashion resaltan, decidió armar sus bártulos y mandarse a cambiar. A veces no se requiere de mucho esfuerzo para estropear las cosas, pero la realidad es que la selección está sin rumbo fijo, sin un timonel cuando falta tan poco para entrar en escena.
Toda una desgracia, que debería verse como una lección…o castigo.para que alguien demuestre su real valía. Luego llegaría la serie ante San Cristóbal y Nevis, un rival que no podía ser más endeble y, al eliminarlo el catalán consiguió un impulso con el que prolongó su estadía en el banquillo azul.
En el horizonte apareció entonces la Copa Oro y al equipo se le vio otra fisonomía pues esbozó un estilo de juego con cierta dinámica donde el toque, el desmarque y la circulación con proyección ofensiva fueron más estructurados, aunque era manifiesta la falta de definición. Hubo entonces cierto optimismo, la Selecta había evolucionado, pero en una reunión hará unos dos meses, los dirigentes hablaron con Roca y quizá ingenuamente le dieron unas salida de escape y no fue precisamente por un túnel.
Se le habló de recortes en el presupuesto y de otras medidas que atañaban al orden económico cuando estábamos tan cerca de la siguiente eliminatoria. Para entonces, el español estaba hostigado y unos días antes de viajar a la Copa Oro, soltó sus verdades. Había comprobado en carne propia que por acá el deseo de vilipendiar despierta más acuerdos que los proyectos a futuro, ya que al no tener héroes que glorificar, nos exita tener culpables de cierto renombre.
Por acá le damos con todo a quien se atreve a cambiarnos, como que si estuvieramos tan bien o no tuvieramos derecho a esperanzarnos. Con la posibilidad de la huída y teniendo además entre manos algo mejor optó por irse antes que ser un culpable certificado, pues tenía más rivales fuera de la cancha.
Estamos en el mundo del revés, nos hemos quedado silbando en la loma, sin técnico ante un camino empinado y ríspido porque un emergente donde la disciplina y lo fachion resaltan, decidió armar sus bártulos y mandarse a cambiar.
A veces no se requiere de mucho esfuerzo para estropear las cosas, pero la realidad es que la selección está sin rumbo fijo, sin un timonel cuando falta tan poco para entrar en escena.
Toda una desgracia, que debería verse como una lección…o castigo