¡Cuidado con los piojos!

La dirigencia del fútbol nacional debe tener cuidado con el mentado casting, ya que se les puede colar un piojo

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Miguel Herrera, despedido de la selección de México, a inicios de semana. Foto EDH

Por Manuel Cañadas | Twitter: @Memecanadas

2015-07-29 9:12:00

Los escándalos del “Piojo” Herrera, ahora exentrenador del Tri, colmaron el vaso y la dirigencia mexicana optó por echarlo. El “Piojo” se pasó de la raya al agredir al periodista Christian Martinolli, quien, por otra parte, se vale de su condición de crítico para ofender, según él de forma graciosa, a diestra y siniestra. 

Pero, la actitud del técnico estuvo fuera de lugar y debió asumir las consecuencias. 

Ahora que la Fesfut realiza el casting para elegir al sustituto de Albert Roca, se debe poner la barba en remojo. Si bien el término entrenador se refiere a la preparación del deportista, es lógico pensar que exige numerosos conocimientos y cualidades, que van más allá de la propia aptitud y la adecuación física. Se refiere, además, a la forma como un técnico va a realizar su actividad al plantear distintos tipos de entrenamiento en función de las necesidades, para asegurar un nivel de competitividad óptimo. Pero también debe ejercer una labor psicológica con el deportista; elegir las estrategias que sus jugadores desarrollarán en la competencia a fin de explotar sus mejores virtudes y paliar sus defectos, a fin de contrarrestar las fortalezas del rival. 

Todo eso incluye el saber observar y estudiar a los adversarios y llamar a los jugadores idóneos. De ahí que el entrenador que se nombre, debe reunir, además de sus atestados y conocimientos del puesto, un perfil acorde, ser modelo de conducta deseable. Y lo decimos porque en cualquier oficio o profesión, y siempre que se les permita, abundan individuos contestatarios, rebeldes y hasta patanes que por tener algunas cualidades o conocimientos se permiten licencias reñidas con las buenas costumbres y la caballerosidad. Es una situación que no ha podido erradicarse porque la sociedad moderna es un choque continuo de intereses y el fútbol es inherente y hasta determinante en esa sociedad. 

Si en México, con sus millones llegó a dirigir su selección un individuo con tan escasa educación y actitudes ridículas como para pelearse con los rivales o permitir que su hija se involucre en sus asuntos futboleros, no se puede permitir que alguien con similitudes pueda hacerlo por acá. Es cierto, estamos viviendo horas bajas y muchos nombres pueden surgir, varios de ellos con títulos conseguidos y con nombres famosos, pero no por ello idóneos para ocupar el puesto, que en un país futbolero adquiere enorme peso específico y donde hasta se pueden volver líderes de opinión pública. 

Sabemos que dentro de nuestro folclore necesitamos figuras para admirar e idolatrar, y tal necesidad emocional es casi primitiva, por eso cualquiera que venga de afuera nos da garabato y hasta lo endiosamos para darnos cuenta después que se trataba de una quimera. 

Sucede también que los destinatarios de ese movimiento de adoración, en este caso, futbolistas y entrenadores, a menudo se contagian de la imagen que proyectan y llegan a creerse todopoderosos, saliéndose de la línea recta para caer en el abismo. Ignoran, por ejemplo, que los límites de sus dominios terminan en la cancha, después son seres comunes y corrientes. Así pues, esas hojas de vida tan bien elaboradas no bastan para contratar a determinados aspirantes, basta con ver y analizar sus antecedentes, los líos que hayan hecho o la forma como tratan a sus jugadores, aficionados o periodistas para entender que son tan predecibles. 

No hay lugar para equivocarse graciosamente.