Long Beach es una especie de paraíso si se lo compara con el tráfico y el apuro de Los Ángeles. Y está a apenas una hora de la ciudad emblema del Oeste estadounidense. En este lugar, donde el sol, la arena blanca, los altos edificios y el mar turquesa conforman una geografía perfecta para una postal, se desarrolló la competencia de aguas abiertas, donde hubo marcado protagonismo salvadoreño. La cosecha de medallas en la extenuante prueba terminó con plata y bronce.
La bandera colgada en el canopy por el profe Marvin Sierra fue un adelanto de lo que harían los nadadores en el frío mar de la costa oeste norteamericana. Y también hasta aquí llegó parte de la comunidad salvadoreña para apoyar a los compatriotas.
Primero fue el turno de los varones. Allí fueron corriendo al agua Moisés Martínez y Edgar Pérez, junto a decenas de competidores. Llegó primero Edgar, con gran trabajo. Una medalla de plata que premia su trabajo y voluntad. Moisés, un verdadero titán de la natación, tuvo un error de ubicación. No encontró la ruta en el mar y llegó varios segundos arriba de su verdadero tiempo. “Sabía que podía mejorar pero lamentablemente me perdí en el agua. Iré por la revancha en la piscina”, dijo después sin disimular su desencanto.
Después llegaron las chicas en la competencia unificada. Flor Méndez y Angélica Vaquero, una dupla que se lleva de lo mejor tanto en afuera como en el agua. En la competencia, no se pueden alejar más de 10 metros una de la otra sino corren riesgo de ser sancionadas. Desde que consiguieron su clasificación a los Mundiales en Coatepeque han mejorado sus técnicas y la coordinación que llevan, brazada a brazada, se puede observar en cada metro recorrido. Ganaron un bronce para la historia.
En una jornada donde el sol no dio respiro, ellos cuatro la se lucieron en el agua bajo la dirección de Marvin Sierra, quien los conoce desde pequeños. Con sus medallas, El Salvador pasó y dejó su huella en el mar de Long Beach.