Era un fiel creyente del fútbol base llamado también formativo, donde los cipotes que después destacarán reciben las primeras lecciones técnicas y tácticas y se les va formando como futbolistas y como personas. Era flaco, de piel blanca, una sonrisa adornaba su cara, presumía sus ojos azules y le encantaba conversar de fútbol.
Bien temprano aparecía con su carga en un baldío que funcionaba como cancha en la Escuela Panamá de la colonia Atlacatl y se ponía a trabajar para que cuando llegaran los cipotes todo estuviera listo. Nadie lo había contratado, lo hacía por el gusto de hacerlo; colocaba las redes, las banderolas de las esquinas, marcaba las áreas con cal y luego se quedaba a esperar a sus alumnos.
Tenía paciencia para enseñarles los secretos del fútbol y cuando terminaba su jornada recogía los utensilios y se los echaba al hombro. Los niños lo querían y lo escuchaban sin pispilear, sin fallar a cada llamado, sabiendo que el fin de semana venían los mascones, cuando era característico verlo cual flautista de Hamelín con una cola de niños equipados a bordo de los buses urbanos.
Víctor Antonio Machón Siguí se puso muy triste cuando llegaron los obreros y comenzaron sus labores de construcción, entonces buscó alero en una zona verde sobreviviente y se las arregló para que la FESFUT que dirigía el coronel Mario Guerrero construyera las instalaciones.
Aquella cancha fue bautizada “27 de Junio”, haciendo honor a la fecha en que los héroes del 70 le ganaron a Honduras en el Estadio Azteca en la ruta al Mundial. Durante años fue su segunda casa, era feliz organizando torneos y enseñándole a los cipotes. Por ahí pasaron numerosos futbolistas que luego brillarían en la Liga Mayor y otros que por cuestiones de estudios u otras causas no llegaron. Por ahí pasaron Jorge Mágico González, Jaime Chelona Rodríguez, Norberto Pajarito Huezo, Jaime Palito Paniagua, Antonio Chimbolo Orellana Rico, Herbert
Sebastián Pepa Hernández, Mauricio Chencho Cienfuegos, Edgardo Gato Laínez, Hugo Pérez, su hijo Herbert Machón, quien fuera un dechado de calidad futbolística. Los vecinos se extasiaban viéndolos jugar y los sábados por la tarde había que apartar puesto. Pero cuando comenzó la guerra, el olvido cruzó la calle y el recinto quedó en trance de ruina, fue cuando sirvió de basurero, cuartel y hasta hogar para indigentes, pero él siguió en su empeño sin permitir que se enfriara su adhesión hacia aquel movimiento.
El Viejo Machón fue uno de esos necios que creen en las canteras como antaño lo hicieran Víctor Manuel Piche, Jorge Castro Chávez, el Viejo Hilacha, don Chus, Lope del Río, Mamerto Palma y lo siguen haciendo don Hernán Carrasco, Wenceslao Flores, Carlos René García, quienes hicieron y hacen del fútbol base un semillero que calladamente ha prodigado grandes valores al fútbol rentado.
Héroes anonimos que se encuentran en cualquier lado y cuya labor no espera reconocimientos, ni honores, sencillamente hacen lo que hacen porque les causa gusto ver la alegría de los pequeños siguiendo un balón y posteriormente solazarse cuando destacan. Ya había pasado bastante tiempo cuando el Viejo Machón tuvo una de sus máximas alegrías, ya que sus exalumnos y un grupo de hombres justos lograron que aquella cancha llevara su nombre.
Hoy que han pasado seis años de su partida, que un dejo de tristeza me asalta al recordarlo porque fue mi buen amigo, he querido rendirles un pequeño homenaje a esa legión de hombres necios, enaltecer la causa del fútbol infantil y sus cultores, seres que por lo general están cobijados por un gigantesco anonimato que ni los desanima ni los detiene.
Por eso no debemos ver con indiferencia tanto entusiasmo, tampoco su humildad debe ser una variable como para no hacerles un reconocimiento cuantas veces sea posible; aquilatarlos en su verdadera dimensión y apoyarlos en cuanto sea necesario para que puedan cumplir la misión que se han propuesto.