Goles en la clandestinidad

"La alegría es una de las pocas emociones que uno no puede fabricar", Bono

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Foto Por edhdep

Por Marcos Villalobo | Twitter: @MJVillalobo | Autor de "El Pase y otros relatos de goles olvidados"

2015-05-13 8:59:00

El viernes 28 de enero de 1944, desde su escondite, Ana Frank escribió en su diario que durante la ocupación nazi a Holanda se corrían distintos tipos de rumores, entre los que se encontraban los verídicos. Y, a propósito, redactó: “Esta semana, por ejemplo, el señor Koophuis nos ha contado que en la Gueldre hubo un partido de fútbol, uno de cuyos equipos se componía exclusivamente de hombres escondidos y el otro de miembros de la Guardia Civil”.

“¿Cómo habrá sido ese partido? Escapar de la clandestinidad para jugarse un picado. ¿Los goles se habrán gritado o sólo habrán levantado las manos al cielo para no despertar sospechas? ¡Qué descarga que habrá sido! Los rivales eran policías ¡Qué partido!”. Rolo pensaba en ese juego y comenzó a buscar información.

Nada, no encontraba referencias; sólo lo que había podido leer en esas escasas líneas del célebre libro “Het Achterhuis”. Lo charló con Fito en la redacción, también con Ortiz. Y Manuel Ortiz, especialista en boxeo, admirador de Nicolino Locche y Carlos Monzón, y de los textos de Elbio Ibarra Preti, le dijo que hace unos años conoció a un tipo en un bar de La Cañada que le contó una historia:

“Estábamos tomando unas cervezas, se acercó y anécdota va, anécdota viene, terminó narrando…

Fue una noche de invierno. Con mi primo Mauro nos habíamos escapado de la casa de mi tía, de puros traviesos nomás. Al Mauro le gustaba una chica que vivía a unas diez cuadras de la casa. Yo lo tenía que acompañar, por las dudas. Aunque él solo quería ir a ver si estaba. El Mauro era celoso y tenía celos del Colorado Juárez. Estábamos cruzando el campito y los vimos. No sé si me van a creer, pero los vimos. Eran diez tipos jugando al “fulbo” en la oscuridad.

No se imaginan cómo se reían y lloraban. Reían y lloraban mientras jugaban a la pelota. Mirá, mirá, se me pone la piel de gallina. Esos tipos, que habrán tenido unos 20-23 años cada uno, reían y lloraban mientras jugaban a la pelota en la oscuridad. Los dos, Mauro y yo, nos quedamos parados mirándolos. Había un par que eran cracks en serio, no se imaginan. Nos olvidamos de los celos de Mauro y nos quedamos viendo ese picadito.

A uno de los cracks le decían Mario. Se debe haber llamado Mario. Tiraba sombreritos y caños, pero no hacía goles. Daba pases. Muchos pases. Los dejaba a los compañeros solos frente al arco para que hicieran goles. Daba pases. Los pases en el fútbol, viejo, son sinónimos de amistad. ¡Nunca se lo olviden! Compartir la pelota… Ese Mario compartía el “fulbo”. Se pasaba a dos o a tres, y cuando llegaba el arquero… pase y gol. Pase y gol.

Celebración. Risas. Llantos. Insultos a no entendíamos quién. Pero en voz baja. Todo era en voz baja… Lloraban y hacían goles en la oscuridad. Goles en la oscuridad. Nunca me voy a olvidar de esa noche de invierno de 1978, cuando con mi primo Mauro vimos a esos pibes que de pronto salieron corriendo… Corrían mientras venía un patrullero. Corrían tan rápido. No, no sé qué pasó, qué pasaba, nosotros dos éramos sólo unos pibes de 14 y 15 años, que también salimos corriendo y nunca contamos esta historia hasta que fuimos mayores…”.